UN EXTRAÑO EN EL TEMPLO

Temas de hoy, temas de siempre

Micro cuento necesario.

Artículo de junio 2019

Categoría: filosofía

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Un extraño en el templo se había dado mañas para conseguir ropa apropiada para la época y estar presente a la hora precisa. Y así fue, llegó justo a tiempo, con su barba hirsuta que se había dejado crecer para la ocasión durante más de seis semanas. Él, que cada mañana se afeitaba meticulosamente. No tuvo que esperar mucho, Jesús llegó acompañado de varios de sus discípulos, y luego los acontecimientos se desarrollaron tal como está escrito. Con látigo en mano echó de ahí a vendedores y compradores; volcó las mesas de los cambistas desparramando las monedas por el suelo; lo mismo hizo con los puestos de los que vendían palomas, novillos y ovejas. Y todo ello mientras les recriminaba a gritos haber hecho de la casa de su Padre una cueva de ladrones.

La actitud del Maestro le pareció prepotente al extraño barbudo recién llegado; le pareció una actitud propia de quien se cree dueño de la verdad. Pero enseguida se sintió incómodo con este pensamiento que tan espontáneamente había brotado en su mente, pues bien sabía de quién se trataba y de lo que iba a acontecer después, pero aun así no dejó de sorprenderle la enjundia con la que Jesús había actuado. Pensó que la forma violenta en que había reaccionado ante una situación que evidentemente le desagradaba en extremo era propio de hombres comunes y corrientes, pero no del Hijo de Dios, más aún cuando está escrito que ser paciente y lento para la ira es muestra de inteligencia, en tanto que ser impaciente e iracundo lo es de estupidez. Además el propio Jesús diría más tarde, en el sermón del monte, que los de genio apacible heredarán la tierra.

También le pareció que había incoherencia entre lo que estaba presenciando y lo dicho por el propio Jesús en otra oportunidad, cuando aseguró que el que se enoje con su hermano será condenado. ¿Acaso esos mercaderes no eran también sus hermanos? ¿Y cómo es que el mismísimo Hijo de Dios, el Mesías, iba a ser condenado por haberse enojado? Algo no encajaba; estos dualismos e incoherencias lo confundían.

Por otra parte, ¿qué podría haber de malo en una actividad lícita, como es el comercio, que proporcionaba unos modestos ingresos a personas que tal vez no tenían otra forma de ganarse el pan de cada día para ellas y sus familias? A más de estas dudas, al extraño personaje también le asaltaban otras que no podía ignorar. ¿Qué Jesús actuó con violencia? Bueno, desde luego que lo hizo, pensó. ¿Pero es que acaso jamás debe hacérselo, cualesquiera que sean las circunstancias? ¿Es que el principio de no violencia es absoluto y no admite excepciones? Luego de pensarlo concienzudamente tuvo que admitir que hay casos en los que el uso de la violencia se justifica. ¿Y en el caso de Jesús en el templo había circunstancias que la justificasen? ¿Por qué no se limitó a ordenarles que se vayan de ahí sin causarles perjuicios materiales ni azotarlos? Le costó trabajo responderse a sí mismo esta pregunta, pero finalmente concluyó que en este caso la opción por la violencia estaba rodeada de circunstancias que tampoco podía ignorarlas.

¿Que su prepotente actitud parecía la de quién se cree dueño de la verdad? Bueno sí, ¿pero no era el mismo Jesús quien se identificó como el camino, la verdad y la vida? En este punto hubo de admitir que no había incoherencia alguna en Jesús, y que sus dudas pertenecían más bien a otro plano de reflexión: el de la identidad de Cristo, pues evidentemente no se trataba de un ser humano cualquiera; Jesús era nada menos que el Mesías, el Hijo de Dios, y la presencia de mercaderes en la casa de su Padre debía haberle resultado particularmente ofensiva.   Por otro lado, tampoco se trataba de un templo cualquiera; era el más importante santuario de Israel que, construido por Salomón unos mil años atrás, contuvo originalmente el Arca de la Alianza, y aunque luego fue destruido fue reconstruido después. En fin, pensó que ante el irrespeto de los mercaderes tal vez sí era necesario dejar sentado un precedente enérgico, un rechazo vívido que no se olvidase jamás.

Además, ¿de qué violencia estamos hablando? se preguntó a sí mismo, como si de dos personas distintas se tratase. Pensó en las bestiales violencias cometidas por los seres humanos contra otros seres humanos antes y después de Cristo, comparada con las cuales la acción de Jesús lucía apenas como una reprimenda que en modo alguno ponía en peligro la integridad física de los reprimidos. ¿Acaso no hay ocasiones en que los padres se ven obligados a reprimir duramente a sus propios hijos, incluso por el propio bien de ellos, se preguntó?

Luego de mucho reflexionar sobre todo lo que había visto, sobre los dualismos y sobre sus propias dudas, trató de elaborar algo así como conclusiones generales, porque así es la mente humana, no solo analítica sino también sintética, y en ambos casos, cuando la actitud del sujeto es recta y sincera, éste siempre siente la necesidad existencial de acercarse a la verdad. Así, ahora nuestro barbudo visitante pretendía sacar conclusiones válidas a partir de lo que había observado en el templo.

Dudas, dualismos, alternativas, opciones, es a lo que esta experiencia lo había expuesto. Lo que había presenciado en el templo le indujo a pensar en las relaciones interpersonales en general, ampliando así el ámbito de sus reflexiones. Entonces reconoció que todo problema de relacionamiento entre seres humanos tiene una multiplicidad de aristas y soluciones, y que no es lógico ignorarlas sin antes haberlas considerado en su real valor. Y menos lógico aún si el soslayarlas obedeciese a prejuicios no válidos. Pero otra vez las dudas: le pareció que aunque parezca contradictorio con tal multiplicidad, en ciertas ocasiones puede ser cierto que una determinada solución sea la única opción razonable para solucionar de tajo un problema interpersonal, o al menos la más razonable. Claro que Jesús tenía más de una solución a la mano, pero probablemente consideró que una violencia restringida era la solución más apropiada dadas las circunstancias, pensó.

Por cierto, cuando una sola solución es la única razonablemente posible, o al menos la más razonable, es probable que optar por otra u otras lo único que haga es embrollar más las cosas, desviando la atención de lo principal, reflexionó. Pero ojo, que también se puede errar si se opta por una única solución, siendo que otras o una combinación de otras pueden ser una mejor opción, reflexionó una vez más. Otra vez las dudas, los dualismos y las opciones.

Recordó que cuando vio a Jesús desalojar a los mercaderes pensó que si acaso no estaba violentando sus derechos humanos, como el de la libertad. Y claro que el respeto a la libertad es básico en cualquier sociedad, se dijo, pero también es necesario reconocer que cuando se abusa de este derecho hay que aplicar correctivos. En pocas palabras: libertad sí, libertinaje no.

Sus reflexiones le llevaron al tema de los valores absolutos, de la ética básica, de aquellos valores que habitan en el fondo del alma humana aunque a menudo sofocados por factores culturales de muy diferente índole. Sin embargo, también concluyó que a veces esos valores deben ser soslayados en aras de consideraciones superiores de justicia y verdad; por eso consideró que más que de valores absolutos habría que hablar de valores universales. Pero también reconoció que las relatividades hay que manejarlas con perspicacia y responsabilidad, pues si bien los valores pueden diferir según circunstancias de tiempo y lugar, hay que evitar caer en relativismos inmorales y acomodaticios.

Visiblemente mosqueado por esta variedad de situaciones, el extraño personaje comprendió al fin que hay situaciones en las que las palabras por sí solas son insuficientes para expresar ideas complejas, y que ese había sido su caso cuando trató de reducir a unas pocas palabras conclusivas, a un concepto guía, las vivencias por las que había pasado. Entonces   pensó en la multiplicidad de opciones y soluciones que puede tener cada problema del ámbito interpersonal como una suerte de variedad solucional, de modo que para acercarse a la verdad no cabe adoptar posiciones dogmáticas; no cabe ver el mundo en blanco y negro, sin matices, como lo hacen los simplistas y los fanáticos que se creen dueños de la verdad, sino abrir la mente a toda posibilidad racional. Todo esto le obligó a preguntarse cómo se debe proceder ante tal variedad. Se embrolló mentalmente cuando trató de encontrar respuestas específicas, definitorias, patrones de comportamiento concretos, cánones. Por eso no se le ocurrió mejor respuesta que la muy obvia de que cada situación conflictiva puede ser diferente, y que lo que cuenta para solucionarla racionalmente es la actitud de vida con la que se la enfrente. Pensó que una actitud de vida orientada a la verdad y a la justicia sería la más idónea para lidiar con la multiplicidad de opciones que nos presenta la enjundiosa variedad solucional.

Después el extraño se fue por donde vino, se esfumó, volvió a su tiempo, al tiempo al que pertenecía, a tratar de asimilar las cosas que sus vivencias en el templo le habían enseñado de tan vívida manera que las meras palabras por sí solas jamás lo habrían logrado. En fin, a tratar de entender el desafío que su fastidiosa y engorrosa variedad solucional le ponía por delante.

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