“Soñar con sistemas tan perfectos en que nadie necesite ser bueno” Mahatma Gandhi |
Conducta individual, degradación ética, Gandhi, Carl Gustav Jung.
Hay una estrecha e ineludible relación, para bien o para mal, entre la actitud individual y el comportamiento de la sociedad en su conjunto. Por eso el desarrollo dual espiritual-material de la sociedad, basado exclusivamente en soluciones organizacionales es inalcanzable, es un sueño irrealizable. En tanto todos o una gran mayoría de los seres humanos no enrumben su actitud individual hacia la verdad y la justicia, los sueños de tener una sociedad mejor, más espiritual y solidaria, más inspirada en valores morales, seguirán siendo solo sueños, sueños de perro, como se suele decir. Es, como dijera Gandhi, «soñar con sistemas tan perfectos en que nadie necesite ser bueno». O como también lo advirtiera Carl Jung, sicólogo y siquiatra suizo, en cuanto a que los grandes problemas de la humanidad no se resuelven con normativas generales sino “…únicamente por renovación de la actitud del individuo”[1].
No es coincidencia entonces que el mensaje de Jesús apunte hacia la superación espiritual individual de todos y cada uno de todos. En efecto, el Maestro coloca al desarrollo espiritual individualen el centro mismo de las soluciones sociales, muy por arriba de las soluciones organizacionales. Si quisiéramos resumir su mensaje respecto al tema que estamos tratando, podríamos decir que su principal advertencia es la de que sin un desarrollo espiritual individual, el todo social no puede aspirar a desarrollarse de modo integral y satisfactorio.
También nos transmite la idea de que, visto el papel protagónico de lo individual, lo fundamental es la lucha personal de cada uno consigo mismo: disciplinar los pensamientos y sentimientos, amar al prójimo como a uno mismo, perdonar cuantas veces sea necesario, ser lentos en cuanto a ira, son cosas en las que el telón de fondo es una permanente lucha interior.
Por otra parte, las advertencias de Jesús sobre la degradación de los valores morales son absolutamente coherentes con la abominable realidad que estamos viviendo todos los días. Por eso la elevación de nuestro desarrollo espiritual individual, con una clara preeminencia sobre lo material, se ha vuelto más necesaria que nunca.
Reitero, lo individual repercute inexorablemente en lo social, de similar manera a como lo muestra un experimento[2] realizado con monos que habitaban una isla japonesa, a los que se les ofrecía camotes (papa dulce) cubiertos con arena para dificultarles su ingesta. Se lo conoció como el experimento del centésimo mono, que habríademostrado que la iniciativa de un solo individuo de la comunidad de monos, la de lavar los camotes en un río cercano antes de comerlos, fue suficiente para que, a la larga, todos los monos de la isla adopten la costumbre de lavarlos. Cuando el número de monos que siguió el ejemplo del primero alcanzó cierta masa crítica, esto es, cuando el centésimo mono -figurativamente hablando– siguió el ejemplo de lavar los camotes, la costumbre se propagó rápidamente a los demás monos.
Ahora bien, el punto es que esa dinámica que se presentó en la comunidad simiesca es comparable con lo que sucede en la comunidad humana. La responsabilidad individual del ser humano consiste en que, en alguna medida y de alguna manera, la conducta individual incide en el comportamiento del todo social, y éste, a su vez, retroalimenta lo individual. Siempre o casi siempre que se rastrea el origen más remoto de una conducta colectiva cualquiera, más allá de que sea de racionalidad o de irracionalidad, de amor o de odio, de paz o de violencia, se llega a alguna conducta individual inicial que luego se pluralizó.
Algunos textos bíblicos tratan de la importancia de ciertas circunstancias humanas que, siendo individuales, como los derechos y las responsabilidades, trascienden al plano de lo colectivo. El espíritu de estos textos[3] es de la mayor importancia para la “performance” de la sociedad en su conjunto. No podría esperarse que una sociedad funcionase racional y satisfactoriamente, con apego a la verdad y la justicia, si sus miembros individuales no actuasen de la misma manera.
Es que aunque el todo tenga atributos que sus partes individuales no los tengan no puede estar desvinculado de lo que sus partes son, menos aún si son contrarios. En efecto, una cosa es que el todo pueda tener atributos que sus partes individuales no los tengan, lo cual es cierto, y otra muy distinta que el todo tenga atributos contrarios a los de sus partes individuales. Afirmar que el todo puede tener atributos que sus partes no los tengan es correcto, pero que puede tener atributos contrarios a los de sus partes es sencillamente ilógico.
La disolución de la Unión Soviética en 1991 es uno de los ejemplos más conspicuos de los últimos tiempos de cómo las actitudes individuales influyen en el comportamiento del todo social. No digo que las actitudes individuales fueran la única causa del colapso de la URSS pues hubo factores desencadenantes, circunstanciales, concretos y visibles, que coadyuvaron a la caída. Pero en el fondo, bien en el fondo, el origen de todo fueron actitudes individuales contrarias al socialismo teórico de la sociedad soviética.
Así pues, la relación entre la conducta individual y el todo social es inexorable, inevitable. Entonces, cuidado con lo que hacemos y decimos, alguien puede querer imitarnos.
El que todos actúen bien parece una meta inalcanzable, pero eso no debería inhibir al ser humano individual de practicar valores éticos elevados, incluso aunque solo él lo haga, o aunque la satisfacción del deber cumplido sea su única recompensa.
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[1] Carl Gustav Jung, “Lo inconsciente”, 1916.
[2] Lyall Watson, biólogo, “Lifetide: a Biology of the Unconscious”, 1979)
[3] Por ejemplo, Mateo 25:14-23, Hechos 4:32-36
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