Cosmovisión, dualismo físico-espiritual, experiencias cercanas a la muerte, Raymond Moody.
Introducción.
Pese a su finitud, nuestra mente nos permite tener consciencia acerca de lo que es la realidad. Se trata de una consciencia reflexiva y progresiva que, a su vez, se alimenta de intuiciones y estímulos cognitivos provenientes de la propia realidad. Es un proceso al cabo del cual la consciencia nos muestra el verdadero sentido de la vida.
¿Qué hacer para acercarnos a la realidad tal cual ella sea, sin pretender adecuarla a nuestro gusto? Básicamente dos cosas: ser sinceros con nosotros mismos y no resistirnos a la atracción divina que, cual campo gravitacional, nos atrae hacia el conocimiento de la realidad. Resistirnos a ella es pretender ser autosuficientes para entender la realidad en su arcana totalidad material-espiritual, es decir, totalidad que comprende un aspecto material (nuestra vida física) y otro espiritual-escatológico (vida después de la muerte).
Lo importante de nuestra consciencia o percepción de la realidad es su incidencia en nuestra actitud de vida, cosa extremadamente importante que trasciende al individuo, pues siendo una actitud individual, también atinge al comportamiento de la sociedad en su conjunto, en la medida que la actirud se pluralice.
Y ¿cómo percibimos la realidad? Es claro que cada ser humano tiene su propia percepción de la realidad; en todo caso, como la percepción de la realidad es decisiva a efectos de la actitud de vida es necesario escudriñar cuales son los resultados de tal percepción examinando sus resultados: los que se manifiestan en las actitudes de vida.
Lo espiritual de la humanidad nunca ha sido solo bueno o solo malo, siempre ha sido heterogéneo, siempre ha estado sujeto a vaivenes entre el bien y el mal. Lo material, en cambio, ha seguido una dinámica diferente; los momentos de acierto y error siempre han conducido a mejores niveles de conocimiento de la realidad material.
¿A qué nos conducen los vaivenes espirituales? ¿Cuáles podrían ser sus tendencias, sobre todo en el largo plazo? Para entender cabalmente este asunto es preciso echar un vistazo a algo que, entre otras cosas, considero de capital importancia, el amor construible, que lo abordaré más adelante .
Ahora voy a enfocarme en tres cosas sencillas pero básicas, decisivas para comprender la realidad y para definir nuestra actitud de vida. Me enfocaré en la existencia de Dios, porque donde parece que no hay nada, hay todo: Dios; en el amor construible, porque su potencial puede llevarnos a la sublimación de la humanidad, y su ausencia al caos. También me enfocaré en la realidad escatológica, porque ahí está el proyecto divino, arcano pero real, para la humanidad, y porque este tercer enfoque es la culminación de un proceso de concientización que permite entender a cabalidad el sentido de la vida.
I.La existencia de Dios
La existencia de Dios[1] fué enseñanza básica de Jesús. Tema por demás complejo toda vez que el Maestro conoce a Dios, asunto mucho más profundo e inextricable que creer en Dios. En efecto, conocer a Dios en su mismidad sobrepasa todo entendimiento, por lo cual los humanos solo podemos intuirlo y creer en su existencia.
Cada referencia de Jesús al Padre lleva implícita la afirmación de su existencia, con lo cual sale al paso del ateísmo, así como del agnosticismo,
Para apuntalar la idea ateísta de que Dios no existe suele argumentarse que es una contradicción, una disonancia cognitiva, decir que todo tiene una causa pero que Dios no la tiene, que es eterno. ¿Anula este argumento la creencia de que Dios existe? Esta supuesta disonancia es debilucha, solo aparente y formal. Veamos
En primer lugar, a pesar de que no podemos conocer a Dios, es decir a pesar de que no podemos saber cuál es su consistencia, esto es, en qué consiste, sí podemos tener una gran certeza: la de que Dios es lo que es. Esta última expresión se desprende de ese “yo soy el que soy”, respuesta bíblica dada por Dios a Moisés en el desierto, que parece no decir nada pero lo dice todo, sobre todo respecto a su existencia y su consistencia.
Ese “yo soy el que soy” deja entrever que su consistencia no está al alcance del entendimiento humano, pues de estarlo Dios habría sido más específico, sin limitarse a ese “yo soy el que soy”. Por lo tanto, decir que Dios no tiene causa, que es espiritual y eterno y que está más allá de la naturaleza, no es una definición de su consistencia, es solo un acercamiento a Dios, una creencia en Dios, no pretende ser un conocimiento de Dios, y claro, si no podemos conocer la consistencia de Dios tampoco podríamos conocer su origen, más allá de que al ser eterno no cabe pensar que haya tenido origen externo alguno.
En segundo lugar, la debilidad de la disonancia también se pone de manifiesto cuando se considera la excepcionalidad, esto es, el hecho de que la eternidad de Dios y por ende su no causalidad, es una excepción, una inmensa excepción, a la ley universal de que todo tiene una causa, lo cual significa que, aparte de esa excepción, todo lo demás sí tiene su causa. Como dice la sabiduría popular, la excepción confirma la regla. Así pues, la contradicción que se alega es solo aparente, solo de forma si se quiere verla como formal, pero no real.
Hoy en día varios “ismos”[2] alientan el ateísmo, como: el spinozismo, que niega que exista algo más allá de la naturaleza, a la cual denomina “dios”; o como el cientificismo puro y duro, para el cual solo existe lo que se puede probar mediante el método científico; o como el hedonismo, cuya búsqueda desmedida del placer ahoga la espiritualidad y la búsqueda de Dios; o como el fanatismo tecnológico que tiende a eliminar a Dios de la consciencia humana. Un ejemplo destacado de este último fanatismo se encuentra en el libro “Homo Deus” en el que su autor, Yuval Noah Harari, asegura que cuando maduren la biotecnología, la nanotecnología y los demás logros de la ciencia, “Homo sapiens alcanzará poderes divinos”). El colmo del fanatismo tecnológico.
Dentro del ateísmo se destaca cierto ateísmo fuerte, esto es, aquel que de plano no solo niega la existencia de Dios sino que también exige a los creyentes pruebas científicas de que existe, más allá de que, por su parte, él mismo no pueda presentar prueba alguna de que Dios no existe. Pruebas científicas exige, pero, ¿y las pruebas lógicas? ¿Hay pruebas lógicas de que Dios existe? Veamos el tema de manera escueta.
Representémonos a la divinidad como una “Mente Infinita”, y consideremos las maravillas que hay en el universo. Las hay desde las increíblemente pequeñas como las que existen al interior de la célula, incluyendo el ADN que se aloja en el núcleo y que a pesar de su pequeñez posee una cuerda (ADN) tan larga como la mitad de la circunferencia terrestre, hasta las muy grandes maravillas cósmicas, como es el inconmensurable ordenamiento cósmico posterior al big bang.
No es posible explicar el origen de estas maravillas, que implican diseño inteligente, sin que haya habido de por medio entendimiento y voluntad de hacer. Solo la mente tiene entendimiento y voluntad, y solo una Mente Infinita puede explicar el origen del cosmos. El cosmos no tiene explicación en ausencia de una Mente Infinita. Así, la grandiosidad de la naturaleza, reflejo de la omnipotencia y omnisciencia de quien la creó, es una clara y convincente prueba lógica de la existencia de Dios.
El origen de las cosas tampoco tiene explicación lógica alguna cuando consideramos la imposibilidad de que las partículas cuánticas, sin masa, sean por sí solas la base de la fisicidad. Veamos.
La física cuántica dice que la consistencia última de la materia es energía, pura energía. Esta consistencia se presenta como partículas energéticas elementales, sin masa, con probabilidades de aparecer y desaparecer de manera aleatoria, es decir, sin certezas, tanto más cuanto que además son duales pues funcionan ora como partículas y ora como ondas. Ahora bien, ¿cómo se explica que esa “sopa cuántica” de partículas sin masa, solo energía pura, en la que reina la incertidumbre, sea la base del universo físico que conocemos? Es razonable pensar que algún patrón o modelo siguen las partículas cuánticas para agruparse y hacer surgir lo que nos parece materialidad. No es razonable creer que esas partículas, que son pura energía, aleatorias e impredecibles, sean capaces de crear por su cuenta y riesgo el mundo físico sin seguir un guion pre establecido que las guíe. Similar observación es aplicable a las células que conforman el zigoto humano, a partir de las cuales se desarrolla el cuerpo humano. Para formar los órganos del hombre también debe haber algo que guíe a las células en su actividad constructiva.
Por otra parte, esos patrones, guiones o modelos conllevan diseño, y éste, por su parte, implica entendimiento, objetivos y voluntad. ¿Cómo surgieron los patrones de la naturaleza? ¿Puede el dios de Spinoza, que según el filósofo carece de entendimiento, voluntad y objetivos, generar y echar a andar los modelos cuánticos para crear la fisicidad, o para que las células del zigoto creen el cuerpo humano? Solo una mente infinita es capaz de hacerlo, directamente o mediante la dotación de información a las partículas energéticas y a las propias células.
Algunos spinozistas dicen, siguiendo a su filósofo preferido que es un gran error creer en la existencia de un Dios que no podemos ver, sin percatarnos que la naturaleza, es decir que todo lo natural que existe, desde un microbio hasta un dinosaurio, desde una roca hasta una galaxia, es dios. Todo lo natural es dios dicen. Esta visión implica que nosotros mismos somos dios, partículas de dios.
Nótese que ante la infinita complejidad y el maravilloso diseño de la naturaleza, a la visión spinozista solo le queda una “explicación” acerca del origen de la naturaleza: la espontaneidad o la eternidad. Las cosas son lo que son y punto. Una explicación que no explica nada.
Por cierto hay infinidad de otros argumentos lógicos y filosóficos que persuaden respecto a la existencia de Dios, incluyendo las cinco vías de Tomás de Aquino, y la consciencia innata, connatural, de que Dos existe, o “sensus divinitatis” como la llamó Calvino, grabada indeleblemente en la mente humana, más allá de las formas que ha adoptado la representación de Dios a través de los tiempos.
El ateo fuerte tiene su propia “explicación” respecto a la existencia del cosmos y de sus maravillas: el “porque sí”, explicación que no explica nada. Entonces surge otra pregunta: ¿cuál es la razón para suponer que el “porque sí”, la espontaneidad y el azar, sean más plausibles que una respuesta basada en la razón y la lógica como es la que nos remite a una Mente Infinita? La respuesta es obvia: el “porque sí” no es más plausible.
Pero la importancia de la existencia de Dios no es solo por ser lo que explica la existencia del cosmos, sino también porque la creencia en la existencia de Dios tiene una decisiva influencia en la visión de vida de quien cree en ella. Esta influencia es particularmente decisiva con respecto al deber ser ético. En efecto, el deber ser que proviene de Dios, es de nivel superior a cualquier ética o moral humana, a cualquier deontología humana. Pero ¿de qué clase de divinidad procede ese superior deber ser?
Es hora de preguntarnos: ¿qué Dios es el que nos presenta Jesús? ¿El del Antiguo Testamento, muchos de cuyos textos lo muestran como vengativo, cruel y sanguinario? De ninguna manera. Tales textos, que devalúan la idea de Dios, no pueden haber sido inspirados por Él. Es a otro Dios al que se refería Jesús, a un Dios de omnisciencia, potencia y amor.
De omnisciencia porque lo conoce todo, está en todo lo que existe, pero no es lo que existe; conoce la naturaleza, está en ella, pero no es la naturaleza, es más que eso. ¿Qué es entonces? Su consistencia no está al alcance de nuestro entendimiento, pero sí de nuestra intuición, más allá de que también es inefable. También es Dios de potencia porque todo lo puede, incluso para auto imponerse limitaciones, y es Dios de amor porque ama lo que creó.
La siguiente cita sobre el filósofo Plotino (203-270 DC) nos ayuda a entender a qué Dios se refería Jesús. Plotino creía que “Dios es todo lo que existe y nada de lo que existe; que es la unidad absoluta, necesaria, inmutable e infinita; no es el ser ni la inteligencia; es superior a ambos. Es superior a todas las cosas, incluidas la esencia y la vida. Entraña en su fondo todas las esencias y todas las formas específicas, sin ser ninguna de ellas; es superior a toda determinación y forma; es el UNO” .
Plotino está en lo cierto, la idea de Dios, la verdadera idea de Dios, nos desborda, nos abruma; nada que ver con la idea del dios de Spinoza; nada que ver con el dios sanguinario, cruel y vengativo del Antiguo Testamento. Dios es lo que es, y nadie puede conocer su consistencia, es decir, en qué consiste, por eso Jesús dijo que nadie conoce al Padre, solo el Hijo y a quienes éste quiera darlo a conocer[3].
La cita de Plotino también nos ayuda a entender la visión de Dios que 18 siglos después de Plotino tuvo Deepak Chopra (1946) filósofo indio en la línea del primero. Chopra considera que la realidad está constituida por tres “niveles”: material, cuántico y virtual. Este último es el más profundo y fundamental de la realidad, el primordial, es decir el primero. El Uno en términos de Plotino.
Dijimos en líneas anteriores que la consistencia de Dios sobrepasa nuestro entendimiento. No obstante, Chopra en su libro “Conocer a Dios” lo representa como algo sutil, supremamente sutil. En el tercer nivel, el nivel virtual, no hay nada, no hay energía, ni tiempo ni espacio, y sin embargo -dice Chopra- ese aparente vacío “es el origen de cualquier cosa que pueda medirse”, tiempo y espacio incluidos. Pero si no hay nada ¿cómo se explica que de ahí se originen todas las cosas? Es posible porque el nivel que Chopra llama virtual, en el que parece no haber nada, es en realidad la morada de ese ser espiritual supremo, creador de todas las cosas, que es Dios: “Si Dios tiene una morada, ésta tiene que estar en el vacío ya que de otro modo sería limitado”, precisa el autor, por lo cual hay que entender que el vacío del que habla Chopra no es un vacío absoluto, pues ahí está Dios, supremamente sutil e infinito.
¿Muestra Jesús al Padre como un Dios trascendente y personal? En realidad Jesús no caracteriza directamente a Dios, como sí lo hace, a veces torpemente, el Antiguo Testamento. Pero Jesús sí lo caracteriza indirectamente, pues al ser inspirado por Él, su magisterio refleja la personalidad del Padre; es una especie de retrato hablado de Dios, de un Dios personal pues solo siendo personal se entiende que en el sermón del monte, su enviado, Jesús, dé tanta importancia a los valores morales, especialmente al supremo valor del amor, todos los cuales son valores personales[4]. Por eso, por ser un Dios personal, tiene sentido que seamos su imagen y semejanza; si no fuera un Dios personal sería solo una fuerza impersonal, spinoziana, y nosotros no podríamos ser lo que somos.
En fin, en todo el magisterio de Jesús está presente la idea de que Dios existe. Llegados a este punto debemos resaltar que Jesús nunca dijo, ni siquiera insinuó, que él mismo fuera Dios. Lo que sí está claro es que fue un hombre excepcional, inspirado por Dios según se desprende del evangelio de Juan. Pero el evangelio de Juan, que es el que habla de la identidad de Jesús[5], parece enigmático, confuso y contradictorio. Decir, como dice Juan, que la Palabra (Jesús) era Dios, y que estaba con Dios, es contradictorio, pues ser Dios y estar con Dios son cosas enteramente dferentes. Sin embargo, el enigma, la confusión y la contradicción se desvanecen si interpretamos que solo “en el principio” la Palabra, al ser parte de Dios, era Dios, y que después sinplemente “estaba con Dios”. La primera fase conlleva fusión, y solo inmediación la segunda. El magisterio de Jesús es coherente con esta interpretación, pues no solo que nunca dijo que fuera Dios mismo, sino que sus enseñanzas siempre implicaban la idea de que él y el Padre eran entidades diferentes, aunque a fin de cuentas estrechamente relacionadas por inmediación, no por fusión.
En todo caso el evangelio de Juan ratifica que Dios existe. Pero ¿qué clase de divinidad es aquella cuya existencia ratifica? Por cierto no una divinidad inmanente, limitada por la naturaleza, como es la divinidad panteísta de Spinoza, sino una trascendente, que sin embargo está en todas partes, que no está limitada por nada; un Dios cuya consistencia desborda nuestro entendimiento, no obstante lo cual sí la podemos intuir gracias al “retrato hablado” que nos da Jesús, esto es, que se trata de un Dios de amor, personal, potente y omnisciente.
La asimilación, o internalización en nuestra mente de la existencia de Dios, cierra el paso al ateísmo, que la rechaza. Y después, con la asimilación del amor construible, que veremos más adelante, nos percatamos que con la práctica de esa clase de amor podemos llegar a tener la sociedad humana perfecta.
Por otra parte hay que resaltar que Jesús dio gran importancia a la fe en Dios y en él mismo, cada uno en su respectivo nivel. Reprendió duramente a tres de sus seguidores por no haber podido sanar a un muchacho por la falta de fe de ellos. Si tuvieran fe “aunque solo fuera del tamaño de una semilla de mostaza”, les dijo,serían capaces de mover montañas[6]. Dado que la semilla de mostaza es muy pequeña -tiene solo 1 o 2 mm de diámetro- esta parábola sugiere que no es indispensable tener la fe de un santo, sino solo la necesaria, para hacer grandes cosas.
Ese “crean en Dios y crean también en mí”, dicho en ocasión de proclamar que él era el camino, la verdad y la vida, es todo un eje de fe del magisterio de Jesús[7]. Razones para creer en Dios abundan. Así mismo, creer en Jesús es algo de gran importancia a juzgar por lo dicho por el propio Jesús, en cuanto a que es mandato de Dios mismo que creamos en el Hijo [8]. Pero además de esto hay muchas otras razones para tener fe en Jesús: sabiduría profunda que se vislumbra en sus enseñanzas; defensa de la racionalidad y de los valores éticos universales; cabal cumplimiento de todas sus profecías; ejecución de señales milagrosas a la vista de todos; decisión y valentía sin límites para cumplir con su misión enfrentándose a leyes injustas y a líderes religiosos tercos y ególatras, sabiendo de antemano el sacrificio por el que habría de pasar, son razones más que suficientes para creer en él.
En fin, la importancia de la fe es muy grande, toda vez que condiciona la visión de vida, con todas las consecuencias que eso tiene. La fe es el culmen de la espiritualidad.
II. Amor construible.
En el contexto bíblico ese “Ama a tu prójimo, que es como tú mismo”[9] es un mandato, una obligación, no un mero consejo. ¿Pero, es lógico ordenar amar? Lo que pasa es que además de los amores espontáneos existe otro, que se lo suele llamar agape pero que yo prefiero llamarlo construible, pues su característica principal es que se lo puede crear volitivamente, lo cual hace que se lo pueda exigir. Los amores espontáneos, en cambio, no necesitan mandamiento alguno para existir, para ser.
A diferencia del amor espontáneo, que está ligado al sentimiento, el construible lo está al pensamiento; no es de naturaleza sentimental sino producto de la voluntad; tiene mucho que ver con la justicia, pero tiene algo más que justicia; está estrechamente vinculado a la moral, pero es algo más que solo moralidad . En todo caso, la voluntad de construirlo es su elemento básico e imprescindible.
Richard Dawkins, destacado biólogo británico, ateo, autor de “El Gen Egoísta” (1976), dice que: “Por más que deseemos creer otra cosa, el amor universal y el bienestar de la especie (humana) en general son conceptos que simplemente no tienen un sentido evolutivo”. Sin entrar a discutir el alcance de la evolución biológica, me parece que dado que el amor construible no emerge espontáneamente como producto de esa evolución, entonces el mandamiento cristiano de amor al prójimo tiene plena razón de ser.
El amor construible es esencialmente un ejercicio de comprensión de la condición del prójimo; un esfuerzo deliberado por tratar de entender sus motivaciones y sus circunstancias; por tratar de ponerse en sus zapatos; una forma especial de empatía. La buena consciencia, la solidaridad, la empatía, la tolerancia, la hospitalidad, el buen ejemplo, y tantas otras actitudes virtuosas, contribuyen a su construcción.
El magisterio de Jesús de Nazaret se resume en el amor construible precisamente, aunque no haya usado esta expresion.
Por ser espontáneo, el amor-sentimiento existe profusamente entre los seres humanos, no así el amor construable, más allá de que éste también pueda tener matices de espontaneidad. Sin mencionarlo expresamente, Jesús se refirió al amor construable cuando dijo a sus seguidores: “Si ustedes aman solamente a quienes los aman a ustedes, ¿qué hacen de extraordinario? Hasta los pecadores se portan así. Y si hacen bien solamente a quienes les hacen bien a ustedes, ¿qué tiene eso de extraordinario? También los pecadores se portan así”.
El constructor de amor ha de ser bondadoso, veraz, valeroso y confiable, y, por otra parte, ha de estar exento de las taras morales que aquejan al hombre común y corriente. ¿Están presentes en la gente de nuestro tiempo esas condiciones? Desde luego que sí, pero no vastamente sino escasamente, muy escasamente. Es que para practicar esta clase de amor es preciso ser un espíritu grande y fuerte, una alma grande. ¿Ejemplos de amor construible? Hay muchos, así que veamos solo unos pocos.
Dramáticos momentos fueron los que se vivieron durante las tragedias del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York. Alrededor de 3000 muertes produjeron los atentados terroristas perpetrados por Al Qaeda ese aciago día, 343 de las cuales fueron las de los heróicos bomberos neoyorquinos que salvaron la vida de muchos a costa de las suyas propias.
Desde luego, casos de amor construible se dan en niveles mucho menos conspicuos que el comentado. El voluntariado social es un buen ejemplo de este otro nivel; el niño que ofrece unas moneditas a un indigente, es un precoz constructor de amor. Es posible que algunos casos que aparentan ser amor construible, en realidad no sean tal, sino amor espontáneo al prójimo. Si la obra social de la madre Teresa de Calcuta obedeció a un espontáneo sentimiento de amor hacia sus semejantes, entonces fue algo superior al amor construable, pero si se basó en el propósito de cumplir un deber de conciencia, fué una elevada expression de amor construible. Lo que hace que el amor construible sea tal, es el hecho de que se base en la necesidad de cumplir con un deber de conciencia.
Por cierto, hay casos en que construir amor no parece possible, como cuando se ha sufrido una ofensa atroz, en cuyo caso lo más que se puede hacer es renunciar a la venganza, pero no amar al ofensor. Tampoco parece possible que a nivel de la sociedad en su conjunto se pueda perdonar a todo aquel que ha delinquido y ofendido a sus semejantes, salvo casos excepcioinales, y mucho menos posible es que la ley ordene amarlos.
No puedo terminar esta sección sin antes considerar, aunque sea brevemente, el potencial social del amor construible.
Lo más importante de esta clase de amor, tal vez no demostrable pero sí intuible, son los efectos acumulativos que su presencia o su ausencia provocan en el conjunto de la sociedad humana. Su presencia generalizada, o al menos practicada por una gran mayoría, hace posible que lleguemos a tener la sociedad perfecta o casi perfecta, en cambio, su ausencia, absoluta o generalizada provoca lo contrario.
¿Hacia dónde apunta la situación social actual? Penosamente el progresivo y generalizado deterioro de los valores éticos no apunta a nada bueno, apunta hacia una sociedad humana éticamente peor, con el agravante de que no se trata de seguir siendo aproximadamente iguales a como somos ahora, sino de ser éticamente mejores o peores. Es un juego de todo o nada.
III. La realidad escatológica
La visión de una vida después de la muerte física, es de la mayor importancia no tanto por los textos que sobre ella se encuentran en los evangelios, parcos y poco claros, sino por la relevancia que tiene la trascendencia de lo material a lo espiritual.
Lo primero que tenemos que hacer al abordar tan enigmático tema es preguntarnos si es razonable creer que hay vida después de la muerte. Lo que está claro es que no hay nada que impida creer que haya alguna forma de vida después de la muerte física; por el contrario, la razón nos dice que si no hubiera nada después de la muerte habría un gran desperdicio si lo aprendido por el espíritu durante el tiempo que estuvo asociado al cuerpo físico desapareciera junto con éste, para siempre.
Más aún, también podemos pensar con lógica que al crear al ser humano como ente dual físico-espiritual, La Mente Infinita no iba a interesarse solo por su posterior desarrollo físico.
Mucho podemos lucubrar respecto a lo que podría haber después de la muerte. Podría ser algo que sea parte de un proyecto divino, un gran proyecto cósmico divino en el que incluso estén involucrados seres no humanos de mundos lejanos, pero no podemos saber a ciencia cierta si existe el proyecto ni en qué consiste. Empero lo que realmente cuenta es la posibilidad lógica de que exista; de que exista una realidad escatológica más allá de que podamos o no saberlo a ciencia cierta.
Parecería que ciertas similitudes tecnológicas nos están ayudando a percibir como razonable la existencia de la trascendencia de lo natural a lo sobrenatural, después de la muerte. Un símil sencillo: así como un texto resaltado de Word no se pierde pese a haber sido borrado antes de ser “pegado” en su lugar de destino, sino que se conserva en la memoria de la computadora, en el “portapapeles”, igualmente el alma, espíritu, o como quiera llamársele al componente inmaterial del ser humano que, con la muerte física deja de estar en la dimensión terrenal de la vida, tampoco se pierde, sino que se conserva de alguna manera, en alguna parte, a la espera de algún desarrollo posterior previsto por el Creador.
En los evangelios, especialmente en los sinópticos, y no obstante la parquedad con la que ahí se trata el tema, hay algunos conceptos que hacen referencia a la permanencia y la trascendencia del componente espiritual después de la muerte del cuerpo. Ahí están, por ejemplo, el secreto del reino de Dios, que no es asequible a todos, reino en el que transcurriría la vida después de la muerte; el infierno y su fuego eterno que, como alegoría que es, no cabe entenderlo como fisicidad, y que también sería parte de la vida después de la muerte; la vida eterna, que probablemente no quepa imaginarla como vida física eterna; la resurrección de los muertos; la siembra de corrupción y la cosecha de incorrupción; la alusión a cuerpos espirituales; la nueva tierra, etc. Todos ellos son conceptos que de alguna manera conllevan la idea de que hay algo después de la muerte física. Y en eso precisamente radica la importancia de esta visión: en que la terminación de la vida física no es el fin de todo, sino que hay algo más, después.
Otra cosa es que no podamos saber las formas de esa nueva vida. Empero lo que realmente importa de esta visión no es tanto la forma o las posibles formas hacia las que se trasciende después de la muerte, sino la trascendencia misma, la existencia de un proyecto de Dios, del cual la trascendencia es parte. Lo realmente importante es estar conscientes de que es razonable que exista una realidad escatológica, y que por lo tanto la muerte física no sería el fin de la vida.
En conclusión, sí es razonable creer que hay vida -en su más amplia acepción- después de la muerte. No hay nada que impida a la lógica humana creer que hay algo post mortem.
Ahora bien, ¿qué podría ser esa realidad escatológica? Esta es una de las temáticas evangélicas más necesitadas de interpretación debido al secretismo y a la parquedad ya mencionados. Los textos bíblicos dan pie a interpretar esa realidad ora como física ora como espiritual. Lo cierto es que la realidad escatológica no está al alcance de nuestro entendimiento, pero sí de nuestra intuición, a condición de no caer en el absurdo y la sinrazón.
Quizás esa realidad podría ser reencarnación, que puede verse como nueva oportunidad, pero también como castigo en el sentido de volver al infierno en el que hemos convertido a nuestro mundo. Este castigo, a su vez, podría entenderse como indefinido, según lo sugiere la alegoría de un fuego que “no se puede apagar”, de la que habla Jesús en Marcos 9:42, versículo en el que Jesús también se refiere a la otra vida. O quizás este “algo más” que hay después de la vida física sea una vida exclusivamente espiritual cuyo alcance tampoco nos es dado conocer. También podríamos limitarnos a imaginar una resurrección simplemente en el sentido de una nueva oportunidad, la de una reactivación del espíritu en otro cuerpo físico, diferente a aquel al que estaba originalmente asociado, y a imaginar que el espíritu es lo que realmente da vida, la vida en su más amplio sentido, no solo física[10]. Pero como quiera que sea esa realidad, lo cierto es que, según el mensaje de Jesús, el Creador se trae algo entre manos para después de abandonar nuestro cuerpo físico, y eso es lo que verdaderamente importa.
Existe una muy interesante temática, no bíblica, con respecto al tema de la trascendencia: la de las experiencias cercanas a la muerte (ECM) que abordaré a continuación.
El libro “Vida Después de la Vida” (1975), que se ha convertido en un referente ineludible cuando se aborda el tema de las experiencias cercanas a la muerte, fue escrito por el siquiatra estadounidense Raymond Moody, y es el resultado de sus entrevistas a unas 50 personas que pasaron por esas experiencias.
La parte del libro relacionada con el tema que estoy tratando es aquella en la que Moody informa sobre testimonios comunes de sus informantes. Ahí los entrevistados dicen que se habían encontrado, entre otras experiencias, con algo así como una frontera o límite que marcaba la separación entre la vida terrenal y algo más, desconocido, y que constituía un punto de no retorno. La importancia de este testimonio para efectos del tema que estoy tratando radica en que claramente sugiere que hay algo más tras esa frontera o límite. Ninguno de los informantes de Moody hizo lucubración alguna sobre lo que podría haber allende ese límite, solo que era un punto de no retorno.
Por otra parte, y luego de analizar las explicaciones que algunas personas suelen dar a las ECM por las que han pasado, Moody da sus propias opiniones. Demuestra con lujo de detalles por qué las explicaciones farmacológicas, fisiológicas, neurológicas y sicológicas no pueden explicar satisfactoriamente las experiencias relatadas por sus entrevistados. También presenta otros argumentos sólidos que desvirtúan las explicaciones relacionadas con sueños, alucinaciones y engaños.
En un segundo libro Moody también dice que algunos testimonios relataron sobre la presencia de una enorme cantidad de seres con formas no totalmente humanas, confundidos y desorientados, que trataban infructuosamente de comunicarse con seres humanos terrestres, todo lo cual parece sugerir que experiencias cercanas a la muerte también las tienen seres de otros mundos.
Ahora debo insistir por qué he incluido el tema de las experiencias cercanas a la muerte en el análisis de esta visión espiritual. Simplemente porque los testimonios recogidos por Moody son coherentes con esta visión escatológica.
Entre otras cosas relacionadas con la vida después de la muerte, Jesús dijo que el reino de Dios tiene secretos[11], y que Juan el bautista era el profeta Elías que habría de venir[12] (reencarnación).
IV Colofón.
¿Qué conclusión general se puede extraer de estas tres grandes visiones de vida que, además, nos las dio el propio Jesús? Ante todo, ¿por qué intentar extraer una conclusión?
Porque asimilar estas visiones nos lleva a una cosmovisión trascendente que va más allá de la experiencia que nos proporcionan los sentidos, una cosmovisión consecuente con nuestra complexión dual espiritual-material, que pone en su real dimensión el sentido de la vida.
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[1] En general, el autor de este ensayo escribe Dios con mayúscula para referirse al Dios judeo-cristiano, y con minúscula para referirse al dios de Spinoza y a otros casos, salvo cuando por razones ortográficas o por tratarse de citas textuales, tenga que apartarse de esta regla.
[2] Ismo, en su acepción de actitud de vida.
[3] Mateo 11:27
[4] Valores que en el caso de Dios se refiere a una entidad única e irrepetible.
[5] Juan, capítulo 1
[6] Mateo 17:20
[7] Juan 14:1
[8] Juan 6: 29 y 40
[9] Levítico 19:19
[10] Juan 6:62
[11] Marcos 4:11
[12] Mateo 11:14
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