Empatía, amor agape, William Barclay, Richard Dawkins.
En el idioma griego existen tres palabras para referirse a tres clases de amor espontáneo: eros, relacionado con el amor romántico o pasional; storge, relacionado con el amor familiar; y, philia, relativo al afecto entre amigos. Pero hay una cuarta palabra para referirse a una clase de amor que no es espontáneo: “agape”, palabrautilizada en el texto griego del Nuevo Testamento.
En el diccionario de palabras griegas utilizadas en el Nuevo Testamento, de William Barclay, se lee lo siguiente: “Agape tiene que ver con la mente. No es una mera emoción que se desata espontáneamente en nuestros corazones…sino un principio por el cual vivimos deliberadamente. Agape se relaciona íntimamente con la voluntad. Es una conquista, una victoria, una proeza. Nadie amó jamás a sus enemigos, pero el llegar a hacerlo es una auténtica conquista de todas nuestras inclinaciones naturales y emocionales. Este Agape, este amor cristiano, no es una simple experiencia emocional que nos venga espontáneamente. Ees un principio deliberado de la mente, una conquista deliberada, una proeza de la voluntad. Es la facultad de amar lo que no es amable, de amar a la gente que no nos gusta”.
Ahora bien, el magisterio de Jesús de Nazaret se resume en esa clase de amor precisamente, al cual yo prefiero llamarlo construible porque esa es la característica principal del amor agape: se lo puede construir, por lo cual también se lo puede exigir como mandamiento, como lo hizo Jesús. Los amores espontáneos, en cambio, no necesitan mandamiento alguno para existir, para ser.
Sin entrar a discutir el peliagudo tema de si es o no posible amar al enemigo, que amerita una reflexión aparte, profunda, debo subrayar que a diferencia del amor espontáneo, que está ligado al sentimiento, el construible lo está al pensamiento, como lo destaca Barclay. No es de naturaleza sentimental sino producto de la voluntad y de la capacidad de decision; tiene mucho que ver con la justicia, pero tiene algo más: calor humano construido. Está estrechamente vinculado a la moral, pero es por algo más que por mera moralidad que una persona decide imbuirse de ese valor. Es esencialmente un ejercicio de comprensión de la condición del prójimo; un esfuerzo deliberado por tratar de entender sus motivaciones y sus circunstancias; por tratar de ponerse en sus zapatos; una forma especial de empatía. La voluntad de construirlo es el elemento básico e imprescindible. La buena consciencia, la solidaridad, la empatía, la tolerancia, la hospitalidad, el buen ejemplo, y tantas otras actitudes virtuosas, contribuyen a su construcción.
Richard Dawkins, destacado biólogo británico, ateo, autor de “El Gen Egoísta” (1976), dice que: “Por más que deseemos creer otra cosa, el amor universal y el bienestar de la especie (humana) en general son conceptos que simplemente no tienen un sentido evolutivo”. Sin entrar a discutir el alcance de la evolución biológica, me parece que dado que el amor construible no emerge espontáneamente como producto de esa evolución, entonces el mandamiento cristiano de amor al prójimo tiene plena razón de ser.
Por ser espontáneo, el amor-sentimiento existe profusamente entre los seres humanos, no así el amor construable, más allá de que éste también pueda tener matices de espontaneidad. Y, como lo destacó el propio Jesús, sin mencionarlo espresamente, el amor construible tiene un mérito que el amor espontáneo no lo tiene: “Si ustedes aman solamente a quienes los aman a ustedes, ¿qué hacen de extraordinario? Hasta los pecadores se portan así. Y si hacen bien solamente a quienes les hacen bien a ustedes, ¿qué tiene eso de extraordinario? También los pecadores se portan así”.
El constructor de amor ha de ser bondadoso, veraz, valeroso y confiable, y, por otra parte, ha de estar exento de las taras morales que aquejan al hombre común y corriente. ¿Están presentes en la gente de nuestro tiempo esas condiciones? Desde luego que sí, pero no vastamente, como lo exige el mandato de Jesús, sino escasamente, muy escasamente. Es que para practicar esta clase de amor es preciso ser un espíritu grande y fuerte, a la manera de Gandhi, a quien por eso mismo sus compatriotas lo reconocieron como un “Mahatma”, esto es, alma grande, alma fuerte.
¿Ejemplos de amor construible? Veamos solo un ejemplo. Dramáticos momentos fueron los que se vivieron durante las tragedias del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York. Alrededor de 3000 muertes produjeron los atentados terroristas perpetrados por Al Qaeda ese aciago día, 343 de las cuales fueron las de los heróicos bomberos neoyorquinos que salvaron la vida de muchos a costa de las suyas propias.
Desde luego, casos de amor construible se dan en niveles mucho menos conspicuos que el comentado. El voluntariado social es un buen ejemplo de este otro nivel: esas personas de buena voluntad que dedican su tiempo a ayudar a los más necesitados, sin esperar nada a cambio, son constructores de amor. El niño que ofrece unas moneditas a un indigente, es un precoz constructor de amor. Es posible que algunos casos que aparentan ser amor construible, en realidad no sean tal, sino amor espontáneo al prójimo. Si la obra social de la madre Teresa de Calcuta obedeció a un espontáneo sentimiento de amor hacia sus semejantes, entonces fue algo superior al amor construible; pero si se basó en el propósito de cumplir un deber de conciencia, entonces fue una de las más bellas y elevadas expresiones de amor construible. Lo que hace que el amor construible sea tal, es el hecho de que se base en la necesidad de cumplir con un deber de conciencia.
Por cierto, hay casos en que construir amor no parece possible, como cuando se ha sufrido una ofensa atroz, en cuyo caso lo más que se puede hacer es renunciar a la venganza, pero no amar al ofensor. Tampoco parece possible que a nivel de la sociedad en su conjunto se pueda perdonar a todo aquel que ha delinquido y ofendido a sus semejantes, salvo casos excepcioinales, y mucho menos posible es que la ley ordene amarlos.
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