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Eclecticismo

Los problemas que se suscitan en nuestras vivencias diarias suelen ser susceptibles de varias soluciones, no necesariamente de una sola. Es algo así como una variedad solucional, que a menudo emerge como resultado del diálogo. A su vez el diálogo, si es sincero y generoso, puede conducir al eclecticismo en su acepción común y corriente, es decir, a soluciones intermedias que recogen lo mejor de posturas aparentemente antagónicas. Es que no cabe entender el mundo en blanco y negro, sin matices, como lo hacen los simplistas y los fanáticos.

Las soluciones genuinamente eclécticas se apartan tanto del maniqueísmo como del sincretismo, es decir, tanto de aquellas posturas que entienden la realidad como una permanente confrontación entre opuestos, como de aquellas otras, artificiosas, que pretenden conciliar lo irreconciliable. Con relación a esto último cabe decir que nada bueno resulta de soluciones que, a pretexto de eclecticismo, lo que realmente buscan es solapar la concupiscencia y la degradación moral.

Ahora bien, un eclecticismo lúcido y sincero es bueno, pero también cabe preguntarnos si existe algún principio, alguna idea-fuerza, que pueda servir de guía general al eclecticismo para evitarle caer en el error. Claro que existe, pero enmarcado en un amplio contexto espiritual. Se trata del amor universal, eje central en el magisterio de Jesús, que nos blinda contra el riesgo de incurrir en el error. Es el amor universal lo que ayuda a construir consensos basados en la verdad y la justicia. Ahora que tantos problemas abruman a la especie humana es vital que nos percatemos de algo que es de crucial importancia: que las soluciones a esos problemas, a todos ellos, materiales y espirituales, pasan por la criba del amor universal, y que sin ella las soluciones, sobre todo las meramente organizacionales, son solo ilusiones, embelecos, sueños, sueños de perro.   

Publicado enFilosofía y religión

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