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Evolución, creación y una tercera posibilidad

Evolución, creación, Darwin, Génesis, Juan Pablo II.

Existen dos grandes corrientes de pensamiento respecto a cómo apareció el ser humano sobre la faz de la Tierra: el evolucionismo y el creacionismo. El evolucionismo excluye toda idea de un Creador, pues cree que, más bien, la realidad que percibimos, incluidos nosotros mismos, es producto de procesos evolutivos naturales espontáneos y azarosos, sin intervención alguna de fuerzas diferentes a las que provienen de la propia naturaleza. Su posición es pues absolutamente atea.

Con respecto a la aparición de la vida en la Tierra, la línea de tiempo sobre la que el evolucionismo proyecta sus convicciones va de “punta a punta”, por decirlo de alguna manera, esto es, desde la abiogénesis (origen de la vida a partir de materia inanimada) hasta la vida consciente que conocemos hoy en día. El subtítulo del libro “Cosmos” de Carl Sagan[1], que reza: “Una evolución cósmica de quince mil millones de años que ha transformado la materia en vida y consciencia”, resume muy bienesta corriente de pensamiento.

El creacionismo, en cambio, se basa en la idea de un Creador, y por lo tanto en algo sobrenatural, como lo es una intervención divina, claramente contrapuesta al evolucionismo. Su línea de tiempo sobre la que  proyecta sus convicciones también va de “punta a punta”, y no solo respecto a la aparición y desarrollo de la  vida, sino al origen mismo del cosmos en general. Dentro de este gran marco de referencia creacional, el libro del Génesis sitúa en los dos últimos “días” de la creación, a la creación según sus géneros”de toda suerte de animales, siendo en uno de esos dos días cuando Dios lleva a cabo un acto de creación ad-hoc del género hombre.

Aunque suene irónico, en “El Origen de las Especies” [2] encontramos un texto extrañamente similar al bíblico “según sus géneros”. En efecto, ahí Darwin explica que “los animales descienden a lo sumo, de solo cuatro o cinco progenitores, y las plantas, de un número igual o menor», para luego agregar que cuando su teoría sobre el origen de las especies sea generalmente aceptada, las clasificaciones de las especies llegarán a ser genealógicas hasta donde puedan hacerse de ese modo (hasta los 4 o 5 progenitores), «y entonces expresarán verdaderamente lo que puede llamarse el plan de creación”. Claro que después, al volverse agnóstico, “plan de creación”, que implica la existencia de un Creador, pasó a ser una expresión obsoleta. Pero lo mismo no podría decirse de su creencia sobre la existencia de solo “cuatro o cinco progenitores”, pues a este respecto nunca dijo haber cambiado de opinión, como puede constatarse en su biografía.

El libro de Génesis puntualiza y repite una y otra vez, que la creación de animales y vegetales fue hecha según sus géneros. ¿No hay un gran parecido entre lo dicho por Génesis y la afirmación darwiniana de que todos los animales derivan de solo unos cuatro o cinco progenitores, y los vegetales de otros tantos, afirmación de la que no renegó pese a volverse agnóstico? La afirmación bíblica de “según sus géneros”, y la darwiniana de “cuatro o cinco progenitores”, ¿no son, en el fondo, conceptos claramente coincidentes? El número exacto de los mismos, cuatro o cinco, cuarenta o cincuenta, ¿no es al fin y al cabo algo más bien complementario? ¿No será que la creación de los seres vivos fue hecha, como dice la Biblia, según sus géneros, sin perjuicio de que los animales y plantas así creados, cuatro o cinco, cuarenta o cincuenta, estuvieran sujetos a procesos de adaptación, modificación, diferenciación y selección? Son preguntas que necesariamente surgen de la comparación entre el texto bíblico y “El Origen de las Especies”, respecto a las cuales no hay respuestas  satisfactorias y claras, salvo las que se fundamentan en la fe. Desde luego, todo lo anterior es solo un preámbulo, pertinente para abordar el tema de la variante o tercera alternativa que quiero tratar en este artículo.

Parecería que luego de las consideraciones sobre el evolucionismo y el creacionismo absolutos, la conclusión lógica  debería ser la de que son incompatibles entre sí.  Y claro que lo son, pero no entre aquello de “según sus géneros” y de “cuatro o cinco progenitores”, sino entre los dos absolutismos, independientemente de que Darwin, ya agnóstico, haya mantenido o no su criterio sobre dichos progenitores.

Así, el asunto se vuelve más interesante y complejo dado que al creacionismo parece haberle nacido esta variante que si bien no elimina la incompatibilidad de los absolutismos creacionista-evolucionista, sí parece atemperarla. Esa variante aparentemente es planteada por la iglesia católica, como se verá a continuación.

El razonamiento de la Iglesia católica se puede resumir diciendo que Dios creó la materia primordial de la vida, materia que evolucionó hasta dar lugar al aparecimiento de todos los seres vivos, incluido el hombre en cuanto ser físico, luego de lo cual infundió en éste una dimensión espiritual que la mera evolución no le habría podido dar. Desde luego la variante no supone que los cuatro o cinco progenitores constituyan un punto de partida a partir del cual empieza a funcionar la evolución, más bien supone que el punto de partida de la evolución es mucho más remoto: la abiogénesis (conversión de materia inorgánica en vida). Así, la Iglesia habría aceptado la evolución física de la vida en toda su amplitud concebible, desde la materia primordial hasta los seres vivos; lo que no habría aceptado es que la parte espiritual, en el caso del ser humano, también haya sido producto del proceso evolutivo natural.  En el caso de los demás seres vivos lo que habría ocurrido es que una vez creados, los géneros básicos, cuatro o cinco, cuarenta o cincuenta, quedaron sujetos a un proceso de adaptación a su medio ambiente. 

¿Pero realmente la iglesia católica ha aceptado todo esto? Veamos. En su mensaje a la asamblea  plenaria de la Pontificia Academia de Ciencias (1996), el entonces Papa Juan Pablo II, luego  de expresar su satisfacción por el hecho de que el origen de la vida y de la evolución hubiese sido el tema elegido por la asamblea para sus debates, expuso  importantes criterios sobre este tema, que los recojo a continuación por tener estrecha relación con el presente artículo.

Recordó que su antecesor, Pío XII, en su encíclica Humani Generis (1950), ya había dicho que no había oposición entre la teoría de la evolución y la fe. La evolución, habría dicho Pío XII, es una hipótesis seria, al igual que su opuesta. Luego Juan Pablo II anota que los nuevos conocimientos llevan a pensar que más que una hipótesis, la evolución es una teoría, aunque -agrega- habría que hablar de teorías evolucionistas, así en plural, debido a la diversidad de las explicaciones que se han propuesto sobre el mecanismo de la evolución. También dice que Pío XII ya había manifestado que el cuerpo humano “tiene su origen en la materia viva que existe antes que él, pero el alma humana es creada inmediatamente por Dios”. Algo así como instilar espíritu en el cuerpo humano, me parece.Al respecto también debo relievar lo que todo esto implica: que el cerebro hace posible la formación de los  pensamientos y los sentimientos, pero que es el espíritu que fue instilado en el hombre el responsable de la calidad y de la administración de los mismos. En últimas, esta tercera posibilidad, la de complementar la creación física con la instilación espiritual, también se basa en la idea de la existencia de Dios. Así, el Creador habría usado esas dos vías, la creación de lo físico y la posterior instilación espiritual, para su magna obra creativa.

El elemento decisivo que distingue a la tercera posibilidad, sería entonces que mientras el creacionismo ortodoxo cree en la creación divina directa de las dimensiones física y espiritual del ser humano, su variante aceptaría que su dimensión física pudo haber sido creada de manera indirecta, a través de la evolución, no así la espiritual que habría sido producto de una intervención directa de Dios.

La idea de que la evolución pudiera ser responsable de la fisicidad del ser humano, no así de su espiritualidad, pudiera lucir como una solución sincrética, esto es, como una combinación de teorías, criterios y actitudes diferentes, sin coherencia sustancial; como una solución inspirada en el preconcebido afán de acercar dos  posiciones que,  a pesar de ser creacionistas (creación directa la una, e indirecta la otra), son disímiles. De ser así, tal solución no sería seria y no merecería ser tomada en cuenta. Pero el caso es que el acercamiento de la posición creacionista al evolucionismo no parece haber sido el objetivo perseguido, sino el resultado de una confrontación  ciencia-revelación, que sugiere que la evolución  de los seres vivos es real, aunque no con el alcance que el evolucionismo absoluto le pretende dar.

Pero volvamos a Juan Pablo II. Sostiene que las teorías de la evolución absoluta, que consideran que el espíritu surge de las fuerzas de la materia viva, son incompatibles con la verdad sobre el hombre. ¿Por qué? Porque el paso de lo material a lo espiritual (“salto ontológico” lo llamó Juan Pablo II) no es producto de una observación que describa y mida las múltiples manifestaciones de la vida, y sin embargo, en ese paso  se puede descubrir “una serie de signos muy valiosos de carácter específico del ser humano”.

En resumen, hay dos posiciones básicas respecto al aparecimiento del hombre sobre la Tierra: el evolucionismo y el creacionismo, aunque este último con una variante que morigera, no elimina totalmente, la incompatibilidad entre esas dos posiciones, y que constituye la tercera posibilidad a la que se refiere este artículo. Y por cierto el debate evolución-creación también tiene un ingrediente nuevo: el que considera a la creación directa de los “géneros”, o especies, o a cualquier otra categorización de los seres vivos, como punto de partida de la evolución adaptativa.

Y pese a sus diferencias, tanto el creacionismo absoluto como su variante conllevan la idea de que el hombre fue creado por Dios, más allá de las vías que hubiere utilizado para hacerlo. Es que tanto si el hombre es producto de un acto ad-hoc de creación directa e integral (física-espiritual), cuanto si fue producto de dos instancias diferentes, una física y otra espiritual, lo cierto es que en ambas hay el reconocimiento de una Voluntad Cósmica, omnisciente y creadora, que así lo dispuso.

Y ya para terminar, también hay que decir que la teodicea de Spinoza no puede considerarse como una tercera opción que concilie creación y evolución, pues se alinea solo con una de ellas, la evolución. Además, según Spinoza la naturaleza es eterna, nunca fue creada, y por lo tanto nunca tuvo un comienzo. Pero si nunca empezó a existir, si nunca tuvo un comienzo, ¿Cómo explica la existencia de la realidad?

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[1] Astrónomo y divulgador científico estadounidense (1934 – 1996)

[2] Charles Darwin, 1859

Publicado enFilosofía y religión

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