Indicios de Dios, evolución, espontaneidad y azar, Weissman, argumento teleológico, sensus divinitatis.
Con el título arriba indicado, el autor del presente artículo publicó hace algunos años un ensayo relativo a ciertos indicios que, al considerarlos acumulativamente, persuaden poderosamente a aceptar la existencia de Dios. La obra -cuyo resumen se ofrece en este artículo- indaga sobre la existencia en sí de la divinidad, sin basarse en los libros sagrados, aunque en ocasiones se remita a algunos de ellos. Tampoco se basa en dogmas de organizaciones religiosas, esas construcciones mentales que suelen no resistir el ascenso de la ciencia y la conciencia, pero que mientras duran, llenan de fijaciones dogmáticas la mente de mucha gente. Se basa, más bien, en la reflexión honesta y responsable; en la observación de la naturaleza, y en la vida misma. He aquí el resumen.
La realidad lo abarca todo, incluso a nosotros mismos, y es lo que es independientemente de lo que nosotros creamos que es. Cosa diferente es la representación que nos hacemos de la realidad. La representación existe como producto de nuestra consciencia, y da lugar a tres casos de correspondencia con la realidad óntica, es decir, con lo que existe: 1 Cuando hay representación y ente. 2 Cuando no hay representación pero sí ente. 3 cuando hay representación pero no ente.
En nuestros intentos por captar la realidad, imaginamos, intuimos, conjeturamos, oteamos el horizonte más allá de la evidencia empírica. Se trata de saltos conjeturales que no necesariamente son errados, máxime si quien imagina, intuye o conjetura reconoce que lo que hace no es ciencia, sino intuición, creencia. Una conjetura puede, incluso, ser proto-ciencia, que se convierte en hipótesis y después en teoría, si reúne las condiciones necesarias. Por otro lado, la conjetura no necesariamente ha de basarse en evidencia empírica, pues su función básica es, precisamente, desacoplarse de lo empírico, desplegar las alas de la imaginación y la intuición, buscando una visión más comprehensiva de las cosas.
Estos afanes nos llevan a preguntarnos sobre el origen del universo y de nosotros mismos, y lo que primero que se asoma a nuestra consciencia es que la infinitud de causas de la realidad es una imposibilidad. Es necesario concebir una causa primera -incausada- pues en ausencia de ella la realidad no tendría principio, y por lo tanto no existiría. El mundo se explica mejor bajo un formato de finitud de la cadena de causas y efectos, antes que con otra de infinitud.
La idea de la necesidad de la causa primera ha persistido a través de los años, lo cual no prueba científicamente que sea válida, o que no lo sea, pero sí que ha sido capaz de enraizarse en la conciencia humana.
Nuestra sed de saber sobre el origen del universo también nos lleva a sopesar una alternativa totalmente diferente: la de la espontaneidad y la aleatoriedad evolucionistas. Pero he aquí que explicar el mundo en base a la espontaneidad y la aleatoriedad es altamente insatisfactorio, pues deja intocadas las cuestiones del por qué y el para qué. El evolucionismo, por otra parte, tuvo un tropiezo con August Weissman, quien explicó que las células relacionadas con el ambiente y sus cambios (las somáticas) no pueden transmitir información hereditaria. Así, de la visión de un proceso evolutivo propagado por la transmisión hereditaria de los caracteres adquiridos, se pasó a la de una evolución cuya mecánica operativa no acaba de aclararse.
Ahora bien, el evolucionismo rebasó ampliamente el campo en que se originó, el biológico, para internarse en todos los ámbitos de la percepción cósmica de los humanos. Y ahí es donde surgen las complicaciones, por ejemplo, cuando se aborda ya no la evolución de la materia sino la de algo más sutil y básico: las leyes de la naturaleza. El cosmos conocido está regido por leyes que se manifiestan mediante ciertos patrones estables de funcionamiento. ¿Cómo es posible que las leyes de la naturaleza y sus patrones de funcionamiento hayan surgido por evolución? La evolución supone la existencia de algo que evolucione. ¿Qué es lo que existía, y que luego, por evolución, dio lugar al surgimiento de las leyes de la naturaleza? El evolucionismo no da respuesta a esto.
(Antes de continuar, una aclaración necesaria: el autor del ensayo no rechaza la evolución sino el alcance que se le suele dar, especialmente en el campo biológico).
Por estar relacionados con los patrones de funcionamiento de las leyes de la naturtaleza, en mi ensayo se consideran los programas SETI (Search for Extra Terrestrial Intelligence). Ahí destaco que entre la maraña del ruido cósmico los programas SETI intentan detectar señales artificiales que, por seguir patrones, pongan en evidencia la existencia de civilizaciones extraterrestres. Parten del supuesto de que si se encontrasen señales no naturales, significaría que alguien las produjo, que no surgieron espontáneamente. ¿Pero entonces, por qué tal presencia de patrones artificiales habría de significar que alguien los produjo, y en cambio, cuando se consideran los patrones cósmicos naturales de las leyes de la naturaleza, infinitamente más complejos y relevantes, debemos creer que nadie los produjo, sino que están ahí por que sí, y que fueron producto de la pura espontaneidad, la casualidad y el azar?
La presencia de la materia es otro claro indicio de la existencia de una Causa Primordial, Dios. Sin esta existencia no habría forma de explicar aquella presencia. En efecto, cuando se considera la consistencia última de las cosas materiales, vemos que éstas consisten en nada o en casi nada, ni siquiera en átomos: la física moderna nos habla de solo puntos parpadeantes de energía pura. Pero cuando se consideran las cosas materiales tal como se presentan a nuestros sentidos, constatamos su fisicidad. Y ya frente a la perceptible materia no podemos negar que ésta existe. Pero si existe, ¿cómo así ha llegado a estar aquí, alrededor de nosotros y en nosotros mismos, a pesar de que, en últimas, parece no haber nada, solo energía pura? Debe haber un Agente que haga posible ese paso de lo inmaterial a lo material, de lo no físico a lo físico, de la nada o casi nada, a algo.
Más aún, con la teoría cuántica la idea de Dios sale fortalecida, pues es razonable pensar que una realidad dual, como la que nos presenta la física moderna, en la que lo micro y lo macro se muestran tan disímiles; en la que en el ámbito micro-cuántico reina la incertidumbre, en tanto que el de la física clásica lo que reina es la predictibilidad y la certeza, debe requerir de un diseño mucho más inteligente y complejo que aquel que requiere la realidad clásica. Cuando hablan de la nada, Stephen Hawking y Lawrence Krauss dicen que no se trata de una nada absoluta, pues en ella siempre hay algo: las fluctuaciones cuánticas, (energía), que “pueden producir un universo”. Esa energía, agregan, está constituida por partículas virtuales que aparecen espontánea y aleatoriamente. Pero, ¿de dónde surgió esa plétora de partículas virtuales parpadeantes? De la nada responden, deteniendo ahí la cadena de causas y efectos. Pero ¿por qué ha de ser más razonable detener la cadena en ese punto, el de la nada, y no en algo más elevado? La navaja de Occan[1] debe ser razonablemente usada, sin cortarle las alas a la reflexión. Todo esto conlleva una Causa, pues la mera espontaneidad y aleatoriedad son insuficientes para explicar semejante escenario.
¿Qué tan razonable es pensar que el mundo sea causa de sí mismo, causa sui, como sostiene el ateísmo? Esta idea es contraria a nuestra experiencia de vida, pues nunca nos hemos topado con algo de lo cual podamos decir: “esto es incausado; no tiene causa externa a sí mismo; esto es su propia causa”, aunque sí nos hemos encontrado con cosas de las cuales debemos decir: “no conocemos su causa”. Por otra parte, ¿qué concepto claro y distinto sustenta la idea atea de que el mundo es causa de sí mismo? Nada. Lo único que se podría decir de esta gratuita idea es que se trata, otra vez, de un uso abusivo de la navaja de Occan.
La idea de la espontaneidad total y absoluta, que conlleva la inexistencia de Dios, tiene cierto matiz de liviandad, pues parece obedecer al deseo de no tener que explicar nada, y la única forma de satisfacer ese deseo es asumiendo que las cosas suceden por que sí. El ateísmo fuerte, al reconocer que no sabe cuál es el origen de la espontaneidad, tendría que limitarse a decir que no hay que negar la posibilidad de que todo haya ocurrido espontáneamente, pero no lo hace así sino que afirma que todo ocurrió de esa manera, espontáneamente. Pero no solo eso, sino que exige a los creyentes pruebas científicas de la existencia de Dios, y al no obtenerlas niega de plano tal existencia. Al moverse entre estas dos posturas, la de sostener la espontaneidad a pesar de no poder explicar su origen, y la de exigir pruebas científicas de la existencia de Dios, pone en evidencia su incoherencia, su disonancia cognitiva, pues exige a otros lo que él mismo no puede ofrecer.
La frase de Carl Sagan: “el universo es infinitamente viejo”, implica que éste siempre existió, pero como no es razonable pensar que siempre existió en el mismo estado de hoy, se podría interpretar que lo que quiso decir es que lo que siempre existió fueron las nudas leyes de la naturaleza, sin nada material sobre lo cual pudiesen haber actuado. Pero entonces ¿cómo fue posible que las leyes de la naturaleza generaran el mundo que conocemos sin nada material sobre lo cual pudiesen actuar? ¿Cómo entender la ecuación einsteniana de la energía, que incluye la masa, sin masa alguna que se moviese a velocidad alguna?; ¿cómo entender la velocidad de la luz, sin luz? ¿Cómo entender la ley de la gravedad sin que existiesen masas de las cuales ésta pudiese emerger? Y si lo que siempre existió fueron las fluctuaciones cuánticas, ¿cómo entender que las partículas se organizaran para producir la fisicidad que conocemos?
El principio de causalidad de David Hume también es utilizado para negar la existencia de Dios. Él abordó el tema de la causalidad sobre una base rigurosamente empirista. Sostenía que la aplicación del principio de causalidad a objetos de los que no tenemos experiencia alguna, como Dios o el alma, sencillamente no procede. Pero si nuestra experiencia de vida es la de que en todo fenómeno que observamos siempre hay relaciones de causa y efecto, ¿por qué habría de ser improcedente, ilegítimo y carente de valor la aplicación del principio de causalidad a objetos y sucesos que no han pasado por la criba de nuestra experiencia empírica?
La posición de Bertrand Russel en el famoso debate radiofónico de 1948 con Frederick Coppleston, no desvaneció los indicios que hay sobre la existencia de Dios. El no explicar en qué consiste la “esfera lógica diferente”, que induce a Russel a negar que el mundo tenga una causa, no desvanece esos indicios. Tampoco lo hace la pretensión de asignar a la “proposición analítica” el monopolio de acceso a la verdad. Y por cierto, tampoco los desvanece su posición incoherente que, por una parte, rechaza la existencia de Dios, y, por otra, sostiene que no sabemos si Dios existe.
En la otra orilla está la posición deTimothy Keller/Alvin Plantinga, cuya novedad consiste en que al considerarlos acumulativamente, es decir en conjunto, sus argumentos lucen sólidos y persuasivos respecto a la existencia de Dios, generando en nuestro yo una percepción vívida, una impronta, de tal existencia, consideración acumulativa que es lo que inspira mi ensayo que aquí resumo. Para unos esa percepción podría no significar nada, considerándola más bien, como un conjunto de meras representaciones sin correlato con la realidad. Para otros, en cambio, esa percepción significa que la existencia de Dios es real. Y así como los indicios acumulados podrían no significar nada, también podrían significar mucho, como cuando en los procesos investigativos los detectives parten de pistas que en ocasiones no conducen a la verdad, pero en otras sí. Lo que no cabe es negar de plano la validez de los indicios acumulados.
A partir de la idea deesencias se configura otroindicio de la existencia de Dios. Si bien el concepto de esencia que se utiliza en el ensayo que se resume es similar al de la idea platónica, se diferencia de ésta última en cuanto a que no tiene por sí misma capacidad de producir entes. Y ante la pregunta sobre cómo surgen las esencias, la respuesta no puede ser otra que: de una fuente primordial volitiva. Una respuesta basada en la pura espontaneidad dejaría cabos sueltos imposible de atar.
Al tratar el tema de la existencia de Dios es inevitable mencionar, aunque sea de pasada, las cinco vías de Tomas de Aquino, y desde luego el libro aquí resumido también lo hace. Las resume diciendo que las tres primeras son en realidad una sola: la de un encadenamiento finito de causas y efectos. Se trata, simplemente, de tres formas de expresar una misma idea básica, la de la finitud de la cadena de causas y efectos. La cuarta y la quinta vías tienen un substrato común: la de referirse exclusivamente a los seres vivos, por lo cual se las podría considerar como una sola. En efecto, la cuarta es la de la jerarquía de los valores, y supone la noción de Dios grabada en el alma humana. Tomás de Aquino identifica a Dios como el ser con el máximo nivel que pueden tener esos valores. Algo similar se encuentra en la quinta, la de la finalidad de origen exógeno al ser vivo, según la cual hay seres, animales y vegetales, que obran en dirección a un fin pese a no tener conocimiento, dirigidos por Alguien externo a ellos, que sí lo tiene.
Volvamos ahora a laorillaanterior. En el ensayo se recuerda que el argumento de que el orden que se observa en el universo (argumento teleológico) es de origen divino fue rebatido por Hume mediante otros cinco argumentos: el del orden carente de planificación; el de que la idea de un diseñador se basa en una analogía incompleta; el de que la configuración del universo sería el resultado de un agente o agentes, no inteligentes; el del auto-ordenamiento del mundo; y, el de que los fines son solo una proyección de las metas humanas en la naturaleza. Al examinarlos se advierte que tampoco pueden desvanecer los indicios de la existencia de Dios.
Relacionado con lo anterior está el tema de la finalidad y propósito de la evolución.Muchos creen que la evolución no tiene finalidad o propósito, pero se equivocan, pues los tiene, solo que no puntuales sino generales, como complejidad, supervivencia y consciencia. El permanente direccionamiento hacia la complejidad es uno de los indicios de que sí tiene finalidad o propósito pues, a pesar de la entropía, el avance hacia la complejidad desemboca en logros superiores que no se alcanzarían bajo un formato de simplicidad.
En suma, el considerar acumulativamente todos estos indicios persuade al autor de este ensayo a reconocer la existencia de un Ser supremo, insoslayable y absoluto.
El ensayo termina definiendo la religión de su autor. No es superficial, sino consustancial a su ser. La lleva en lo más profundo de su consciencia (sensus divinitatis). No se encasilla en organización religiosa alguna. No tiene carné de identidad. No es de imágenes, liturgias, sahumerios, ni de dogmas humanos. Cree que la Biblia no ES la palabra de Dios, sino que EN la Biblia está la palabra de Dios, como puede estar en otros textos y expresiones humanas. Por otra parte, su religión no es intolerante, pero sí razonablemente crítica. ¿Si no es nada de eso, qué es entonces? Es el resultado de aquello que es la primera obligación existencial de todo ser humano: la de ser sincero consigo mismo.
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[1] “En igualdad de condiciones la explicación más sencilla suele ser la más probable”, expresión atribuida al filósofo Guillermo de Occam (1.280-1.249))
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