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Un amor especial, un amor construible.

Amor, amor agape, magisterio de Jesús, empatía, Oskar Schindler, centesimo mono

En el idioma griego existen tres palabras para referirse a tres clases de amor espontáneo: eros, relacionado con el amor romántico o pasional; storge, relacionado con el amor familiar; y, philia, relativo al afecto entre amigos. Pero hay una cuarta palabra para referirse a una clase de amor que no es espontáneo: agape, utilizada en el texto griego, idioma original del Nuevo Testamento.

Y precisamente sobre el término agape transcribo estos esclarecedores párrafos tomados del diccionario de palabras griegas utilizadas en el Nuevo Testamento, de William Barclay: “Agape tiene que ver con la mente. No es una mera emoción que se desata espontáneamente en nuestros corazones (como pudiera suceder en el caso de fi.li.a), sino un principio por el cual vivimos deliberadamente. Agape se relaciona íntimamente con la voluntad. Es una conquista, una victoria, una proeza. Nadie amó jamás a sus enemigos; pero al llegar a hacerlo es una auténtica conquista de todas nuestras inclinaciones naturales y emocionales. Este Agape, este amor Cristiano, no es una simple experiencia emocional que nos venga espontáneamente; es un principio deliberado de la mente, una conquista deliberada, una proeza de la voluntad. Es la facultad de amar lo que no es amable, de amar a la gente que no nos gusta”.

Ahora bien, en lo que a las relaciones interpersonales se refiere, el magisterio de Jesús de Nazaret se resume en esa clase de amor precisamente, en ese amor agape, que yo  prefiero llamarlo construible, porque esa es la característica principal de ese amor: se lo puede construir, y al ser construible se lo puede exigir como mandamiento, como lo hizo Jesús de Nazaret. Los amores espontáneos, en cambio, no necesitan mandamiento alguno para existir.

Sin entrar a discutir el peliagudo tema de si es o no es posible amar al enemigo, que amerita una reflexión especial, debo subrayar que a diferencia del amor espontáneo, que está ligado al sentimiento, el construible lo está al pensamiento, como lo destaca Barclay. No es de naturaleza sentimental sino producto de la voluntad y de la capacidad de decisión. Tiene mucho que ver con la justicia, pero tiene algo más: calor humano construido. Está estrechamente vinculado a la moral, pero es por algo más que por mera moralidad que alguien decide imbuirse de ese valor. Es esencialmente un ejercicio de comprensión de la condición del prójimo; un esfuerzo deliberado por tratar de entender sus motivaciones y sus circunstancias; por tratar de ponerse en sus zapatos; una forma especial de empatía. La voluntad de construirlo es el elemento básico e imprescindible. La buena consciencia, la solidaridad, la empatía, la tolerancia, la hospitalidad, el buen ejemplo, y tantas otras actitudes virtuosas, son las que contribuyen a su construcción.

Richard Dawkins, destacado biólogo británico, ateo, autor de “El Gen Egoísta”, 1976, dice que: “Por más que deseemos creer otra cosa, el amor universal y el bienestar de la especie en general son conceptos que simplemente no tienen un sentido evolutivo”. Sin entrar a discutir el alcance de la evolución biológica, me parece que si el amor construible no emerge espontáneamente como producto de la evolución, como dice Dawkins, entonces el mandamiento cristiano de amor tiene plena razón de ser.

Por ser espontáneo, el amor-sentimiento existe profusamente entre los seres humanos, no así el amor construible (más allá de que éste también pueda tener matices de espontaneidad). Y, como lo destacó el propio Jesús, el amor construible tiene un mérito que el amor espontáneo no lo tiene: “Si ustedes aman solamente a quienes los aman a ustedes (espontáneamente se entiende), ¿qué hacen de extraordinario? Hasta los pecadores se portan así. Y si hacen bien solamente a quienes les hacen bien a ustedes, ¿qué tiene eso de extraordinario? También los pecadores se portan así”.

¿Ejemplos de amor construible? Dramáticos fueron los que tuvieron lugar durante las tragedias del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York. Alrededor de 3000 muertes produjeron los atentados terroristas perpetrados por Al Qaeda ese aciago día, 343 de las cuales fueron las de los  heróicos bomberos neoyorquinos que salvaron la vida de muchos. ¿Qué los impulsó a obrar de esa manera? La solidaridad con las víctimas; la necesidad de cumplir con un deber de conciencia, aún a costa de sus propias vidas. ¡Qué difíciles momentos de decisión habrán tenido que afrontar para cumplir con ese deber! Momentos de dramática construcción de amor. Y ni qué decir de los pasajeros del cuarto avión, pilotado por terroristas suicidas que trataban de  estrellarlo contra Washington para producir miles de muertes más. Pasajeros igualmente heróicos que se enfrentaron a los terroristas, producto de lo cual la aeronave se estrelló en campo abierto en Pensilvania evitando zonas pobladas. ¿Qué los indujo a obrar de esa manera sabiendo que sabían que en el intento iban a morir? Otra vez el amor construible en instantes de suprema angustia, pero también de supremo valor. Instantes de decisión desesperada de luchar hasta el final para evitar la masacre de inocentes ciudadanos. Esa heróica arenga, “let´s roll”, pronunciada con infinito valor por uno de los pasajeros en los momentos finales del drama, debe haber quedado por siempre grabada en el alma del pueblo estadounidense.       

Es posible que algunos casos que aparentan ser amor construible, en realidad no sean tal, sino amor espontáneo. Si la obra social de la madre Teresa de Calcuta obedeció a un espontáneo sentimiento de amor hacia sus semejantes, entonces fue algo superior al amor construible; pero si se basó en el propósito de cumplir un deber de conciencia, entonces fue una de las más bellas y elevadas expresiones de amor construible. Lo que hace que el amor construible sea tal, es el hecho de que se base en la necesidad de cumplir un deber de conciencia.

El amor construable es de importancia incommensurable por las consecuencias sociales que se producirían si fuere practicado por todos  o por casi todos. Pero a su vez su ausencia también es crítica por la impedancia[1] para el desarrollo del conjunto social que tal ausencia produce  en el tejido social.

Referencias al amor construible existen desde hace mucho tiempo bajo otros nombres, como amor empático o amor agape.  Esta clase de amor tiene dos facetas: su ser y su modo de ser. Su ser es lo permanente, lo inmutable, el concepto mismo o idea misma de amor construible. Su modo de ser es lo circunstancial, lo instrumental, lo mutable, las formas en que se expresa.

Su ser nace de una obligación existencial que está magistralmente sustanciada en el libro de Levítico: tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”[2], obligación que fue posteriormente ratificada por Jesús, pero que es de la mayor importancia considerar los términos en que lo hizo.

Luego de hablar sobre la obligación de amar a Dios, ratificó el mandato de Levítico repitiéndolo con las mismas palabras según el evangelista Mateo[3].Luego, a manera de epílogo de lo anterior, expresó algo que es de trascendental y profética importancia: “De estos dos mandamientos (se refería a amar a Dios y amar al prójimo) pende toda la ley y los profetas[4], o: “En estos dos mandamientos se basan toda la ley y los profetas” según otras traducciones bíblicas. En todo caso lo de fondo está claro: la preeminencia absoluta de estos dos mandatos sobre lo que hubieren dicho la ley y los profetas. En otras palabras, la ley y lo dicho por los profetas se supeditan a estos dos mandatos. Voy a concentrarme en el segundo, el de amar al prójimo.

Extrapolado a las sociedades actuales, lo que el segundo mandato significa es que toda ley o norma humana, por muy alto que sea su nivel jerárquico: leyes orgánicas, constituciones políticas, tratados internacionales, y con más razón normativas de menor jerarquía, debe basarse en el amor, y como lo veremos más adelante, en la construcción de amor; esa debe ser la razón de ser de toda norma humana. Así, el segundo mandato ha de iluminar no solo el texto bíblico, sino toda normatividad actual que directa o indirectamente regule las relaciones entre personas y entre naciones. Es que solo bajo la égida de aquel amor que se puede construir es razonable y deseable que la normativa humana también busque la justicia. Y entonces surge la pregunta inevitable: ¿es ese el espíritu de la ley humana actual? Desde luego, la respuesta no puede caer en generalizaciones, pero lo que sí se puede decir es que muy a menudo la normatividad humana no se basa en el amor construible y en la justicia, no en la empatía, sino en cosas menos elevadas, a veces insolidarias, prosaicas, egoístas, o simplemente en una pobre visión de vida.

Ahora, en cuanto a la segunda faceta del amor construible, esto es,                      su modo de ser, lo primero que hay que señalar es que en algunas partes del texto bíblico son discernibles formas de ser de esa clase de amor, basadas en la coherencia.Coherencia básica es la que se exige en aquel “Por lo tanto, todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos”, proferido por Jesús mismo[5]. Coherencia básica también es tratar al diferente como quisiéramos que el diferente nos trate a nosotros [6]. Pero por sobre estas coherencias también hay otra, por demás obvia: la de que al amar al prójimo estamos amando a alguien que es de nuestra propia especie, que es como nosotros mismos, como nuestros hermanos, como bien lo señala Moisés en Levítico 19:18. No estamos amando a seres diferentes a nuestra propia naturaleza.

 Si bien se mira, los 10 Mandamientos se dividen en dos grandes categorías: una, que trata sobre la relación de Dios con los hombres, y otra que se refiere a la relación entre los hombres. Esta última, que comprende los mandamientos de honrar padre y madre, no matar, no cometer adulterio, no robar, no levantar falso testimonio contra el prójimo, no desear la mujer ni los bienes del prójimo, son exigencias insoslayables para efectos de cumplir con el mandato de amor levítico, y por ende para construir amor de manera coherente.

A más abundamiento sobre lo hasta aquí dicho sobre el amor construible he de agregar que el amor en general, es decir en su más amplia acepción, tiene dos orígenes claramente diferenciados: la espontaneidad y la volición, que dan origen al amor espontáneo y al amor que estoy llamando construible, respectivamente. 

El amor construible tiene implicaciones sociales enormemente variadas. Es como una alta cumbre que proyecta hacia la sociedad exigencias existenciales válidas en cualquier tiempo y lugar. Esa característica cimera del amor construible determina que sus exigencias sean insoslayables por mucho que las circunstancias parezcan no tener relación con esa clase de amor. ¿Qué relación puede tener el mandato de amor al prójimo con mi decisión de no talar el frondoso árbol que hay en el patio de mi casa a pesar de que me estorba? La tiene, aunque no lo parezca, si no lo parece, pensemos en el problema ambiental, que atañe a todos, incluyendo a quienes no conocemos pero queremos su bienestar. 

Las implicaciones relacionales del amor construible conllevan exigencias de hacer y de no hacer: directamente a través de las relaciones interpersonales directas, o indirectamente a través del poder que el individuo tenga para enrumbar acciones que atinjan al conglomerado social.

El magisterio de Jesús se refirió, además del amor al Padre y de la relación con Él, al amor construible, aunque no haya usado este término. Este amor sirve para guiar los comportamientos personales de cualquier tipo, incluyendo aquellos que tienen relación con problemas y comportamientos que no se conocían en la época de Jesús, pero sí en la nuestra. Al no ser conocidos en esa época, se entiende que el Maestro no se hubiese referido a ellos de manera específica, y que si lo hubiese podido hacer no le hubiesen comprendido. Se trata de problemas sociales que de alguna manera hacen relación a los mandamientos de honrar padre y madre, de no matar, de no cometer adulterio, de no robar, de no levantar falso testimonio, de no desear lo que es de los demás, etc.  Son problemas que en la actualidad tienen especificidades que los caracteriza. Claro que si Jesús hubiese podido hablar de estas especificidades, sencillamente la gente de su tiempo no lo habría entendido, aunque se hubiese esforzado en ponerlo con palabras de su tiempo. Y sin embargo, el mandato de construir amor, como luz guía que es, también exige que se eviten y se rechacen prácticas modernas contrarias al amor construible. De modo que el amor construible es de validez permanente, más allá de problemas y comportamientos específicos propios de cada época.

El amor construible no surge de manera espontánea en el alma humana, por eso tiene sentido ese: “… tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”[7], cuyo “tienes” es claramente mandatorio. Mandato también fue el dado por Jesús a sus discípulos poco antes de su muerte, esto es, el de que se amen los unos a los otros[8], mandamiento que en el fondo no era nuevo, toda vez que en Levítico ya estaba registrado, pero sí oportuna su reiteración, pues la unión solidaria entre los apóstoles era absolutamente necesaria dada la tarea enorme que se les encomendó, la de propagar la fe cristiana.

En el amor construible hay sabiduría. ¿Por qué? Porque con amor, con esa clase de amor, podríamos llegar a tener un mundo mejor, un mundo ideal, a condición de que esa clase de amor se generalice, en cuyo caso la solidaridad también sería generalizada, independientemente de las soluciones organizacionales, y sus consecuencias serían inconmensurables.

En realidad, no serían necesarias soluciones organizacionales para disciplinar las conductas, y las que de todas maneras lo fueran, serían básicas y sencillas, y todo lo demás vendría por añadidura. La presencia generalizada de esa clase de amor moldearía de tal manera la idiosincrasia individual de los seres humanos, que éstos llegarían a ser realmente sabios dadas las consecuencias sociales, previsibles, del amor construible generalizado. Por eso el amor construible también es sabiduría.

El amor construible es la preeminencia del interés de la mayoría sobre el interés individual. En efecto, cuando un individuo sintoniza su personal interés con el de los demás, lo que realmente está haciendo es reconocer los intereses y derechos de los demás, es decir, los de una mayoría respecto a él. Y si una gran pluralidad de individuos sintoniza, entonces es indudable que se está haciendo prevalecer el interés de la mayoría. Esto nos lleva a considerar el potencial de grandeza que tiene la construcción individual de amor. El punto es que si esta construcción fuera generalizada, tendríamos una sociedad humana totalmente diferente a la que conocemos. Sería una sociedad en paz consigo misma y con la naturaleza de la cual forma parte. Consigo misma, pues habrían desaparecido todos los motivos de confrontación entre los seres humanos; y, con la naturaleza de la cual forma parte, pues también habría desaparecido la agresión a la que constantemente sometemos a nuestro hogar común.

Por otra parte, al tomar el amor construible como fundamento y punto de partida para las relaciones interpersonales, no hace falta entrar a teorizar sobre los valores, aunque hacerlo alguna utilidad pudiese tener. No hace falta teorizar sobre los diferentes tipos de valores, sus estructuras y sus aplicaciones; no hace falta debates sobre libertad e igualdad por ejemplo. Muchos devaneos axiológicos saldrían sobrando. Se puede, más bien, acotar las reflexiones axiológicas focalizándolas en la naturaleza del amor construible, en su construcción y en sus consecuencias. 

¿En qué consiste el amor que he tomado como punto de partida para estas reflexiones? El amor espontáneo no necesita explicación alguna, pero el construible sí. Entonces ¿qué es el amor construible? Aquí tengo que ampliar el análisis que ya inicié en líneas anteriores, respecto a lo que él es. Es un tipo de amor -un valor- que no se lo siente espontáneamente, sino que se lo construye deliberadamente, y está indisolublemente ligado a la voluntad y a la verdad. A diferencia del amor espontáneo, que está ligado al sentimiento, el construible lo está al pensamiento. Es un amor que no es de naturaleza sentimental sino producto de la voluntad, y de la capacidad de decidir. Por ejemplo, frente al sufrimiento del prójimo se puede querer ser solidario y actuar en consecuencia; se puede querer ser útil a los demás y serlo efectivamente. El voluntariado social es un buen ejemplo de esa especie de amor-decisión que es el amor construible: esas personas de buena voluntad que dedican su tiempo a ayudar directamente a los más necesitados, sin esperar nada a cambio, son constructores de amor. Aquellos que se dedican a difundir el mensaje divino, el verdadero mensaje divino, sacrificando su comodidad y sus horas de descanso, sin esperar nada a cambio, son constructores de amor. Un buen ejemplo de amor construible es el relato bíblico sobre el buen samaritano [9].

El amor construible tiene mucho que ver con la justicia, pero no es sólo justicia fría, es algo más; tiene calor humano construido. Quizás sea una síntesis de amor y justicia. Está estrechamente vinculado a la moral, pero es por algo más que por moralidad que alguien decide imbuirse de este valor, de este tipo especial de amor. La construcción de amor es esencialmente un ejercicio de comprensión de la condición del prójimo; un esfuerzo deliberado por tratar de entender sus motivaciones y sus circunstancias. Una forma especial de empatía. Además, entender las motivaciones y circunstancias del prójimo promueve el encuentro de soluciones pacíficas a los conflictos interpersonales, como bien lo anotó Jesús al recomendar los arreglos extrajudiciales entre litigantes[10]. Pero el ejercicio de comprensión de la condición del prójimo no significa hacerse de la vista gorda frente a sus errores, eso sería socapárselos, hay que hacérselos ver, pero sin odio ni rencor, de manera adecuada. 

¿Qué es lo que impulsa a algunos a querer construir este tipo de amor? Quizás podría decirse que es algo así como la necesidad de sentirse solidario con la especie a la que pertenecen, la especie humana, e identificarse con ella. Quizás un astronauta solitario, en órbita alrededor de la Tierra, mirándola a través de su escotilla, sintiéndose separado de la especie a la que se pertenece, de esa especie que bulle allá abajo, llena de inquietudes, problemas y esperanzas, pudiera explicar mejor este tipo de amor. 

Y por supuesto el astronauta también podría entenderlo mejor, pero no solo eso sino que tal vez también podría entender mejor aquel mandato bíblico, aparentemente críptico, de amar al prójimo “que es como tú mismo”[11]. Este último mandato conlleva una sutil y sugestiva diferencia entre amar al prójimo como a ti mismo y amar al prójimo que es como tú mismo. En eso de “amar al prójimo como a ti mismo” hay cierto toque de individualismo, en cambio en ese “que es como tú mismo” el toque que se percibe es de pertenencia a una misma especie, a la especie humana. Un toque de solidaridad circunstancial y acotada en el primer caso, y un toque de solidaridad ontológica generalizada en el segundo. En este segundo caso ese “Que es como tú mismo” significa que tienes que estar consciente de que tu prójimo tiene fortalezas y debilidades como las tienes tú, sentimientos, emociones, anhelos, temores y esperanzas como los tienes tú, que tiene un proyecto de vida como lo tienes tú. Los objetivos del amor construible se ven mejor servidos con el segundo caso que con el primero.

En su versión más comprehensiva, “construir” es “Hacer algo utilizando los elementos adecuados”[12] ¿Qué elementos se utilizan para construir amor? La voluntad de hacerlo es el elemento básico e imprescindible. La buena consciencia, la solidaridad, la empatía, la tolerancia, la hospitalidad, el buen ejemplo, y tantas otras actitudes virtuosas, son los puntos de partida para hacerlo, y contribuyen a la construcción del amor. Ahora bien, voluntad sin buenas intenciones no vale nada, y lo mismo ocurre con las buenas intenciones sin voluntad, pues la voluntad es la que hace que las buenas intenciones den fruto. ¿Qué frutos? Amor construido primero, acciones concretas después.

La construcción de amor puede conllevar afecto o no. Es fácil comprender que pueda construir afecto quien decida amar al justo que sufre, como en el caso del samaritano compasivo. Pero probablemente tal afecto no se lo pueda construir cuando de amar al enemigo se trate, caso en el cual lo que puede haber es perdón y cierta comprensión por el comportamiento del enemigo. Puede haber perdón al enemigo cuando perdonar es lo único que se pueda hacer. Pero no se puede olvidar, porque sencillamente nuestra mente no lo permite, tampoco podemos minimizar mentalmente la acción llevada a cabo por el agresor, porque hemos sufrido en carne propia la acción del enemigo, en su real dimensión, y eso lo sabemos perfectamente bien. Tampoco se trata de justificarlo, porque no podemos estar de acuerdo en que nos haya hecho lo que nos hizo. Pero entonces, si no es nada de eso, ¿qué debe entenderse por perdonar al enemigo? Pues simplemente exiliar al pasado la ofensa recibida, seguir adelante con nuestras vidas, desistiendo, en el plano personal, –no en el de la organización social- de cualquier confrontación, castigo, retaliación o venganza. Pero siendo realistas, es evidente que hay quienes han sufrido ofensas atroces, y que en esas circunstancias no está en su naturaleza ni en su condición humana el poder perdonar, el dejar en el pasado la ofensa sufrida.

Así pues, la existencia del perdón y del amor construible hace entendible el hecho de que el mandato cristiano de amor al hombre incluya amar al enemigo, más allá de que en algunos casos no se lo pueda hacer. Cuando Jesús, en la cruz, invoca al Padre y le pide que perdone a sus enemigos porque no saben lo que hacen, está demostrando que él sí pudo hacerlo a pesar de haber sido víctima de una ofensa atroz; está entendiendo la situación, circunstancias y motivaciones de sus enemigos; está siendo empático.

En resumidas cuentas, el punto de partida del amor construible es ese “… tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo” del Levítico, o mejor aún el de amor al prójimo “que es como tú mismo”. La estructura del amor construible es sencilla pero sublime: voluntad, empatía, solidaridad y demás actitudes virtuosas. El imbuirse de este mandamiento es lo que permite al individuo ver con claridad cuándo y cómo construir amor, incluso discernir con sapiencia si una ley humana es justa o no. Por ser espontáneo, el amor-sentimiento existe profusamente entre los seres humanos, no así el amor construible.

Empero, pese a la apremiante necesidad que existe de construir amor, hay en el mundo actual un enorme déficit de amor construido, pese a ser construible, lo cual ha creado un vacío que ha sido llenado por un antivalor de peso pesado, generador de muchos otros antivalores: el excesivo egoísmo-individualismo. Este antivalor y los demás antivalores a los que da origen ha sido la gran impedancia que ha inhibido el desarrollo ético del ser humano. 

Por otro lado, al leer la bella y poética caracterización del amor que hace el apóstol Pablo, uno no puede menos que advertir que incluye en ella a esa clase de amor, el amor agape o amor construible. Dice que es sufrido y bondadoso; que se regocija con la verdad; que soporta todas las cosas, y que nunca falla.  Y en cuanto a lo que no es, dice que “no es celoso, no se vanagloria, no se hincha. No se porta indecentemente, no busca sus propios intereses, no se siente provocado. No lleva cuenta del daño. No se regocija por la injusticia…” [13]

Esto significa que el constructor de amor ha de ser bondadoso, veraz, estoico y confiable, y que, por otra parte, ha de estar exento de las taras morales que aquejan al hombre común y corriente. ¿Está esta condición humana presente en la gente de nuestro tiempo? Desde luego que sí, pero no vastamente, como lo exige el magisterio de Jesús, sino escasamente, muy escasamente. Es que para practicar esta clase de amor es preciso ser un espíritu grande y fuerte, a la manera de Gandhi, a quien, con razón, sus compatriotas lo reconocieron como “Mahatma”, esto es, alma grande, alma fuerte. Y no hay proliferación de almas grandes, lo que prolifera es una actitud acomodaticia, inducida por la irresponsabilidad y el egoísmo.

Es conocido el extraño caso de amor construido que tuvo lugar en la Alemania Nazi, en medio del horror del Holocausto. Oskar Schindler era un empresario alemán, miembro del partido nazi. Su conducta personal no era la más recomendable que digamos: era mujeriego, bebedor, arribista y hedonista. Gracias a sus contactos con la inteligencia militar nazi, para la cual espiaba, pudo salvar de los campos de concentración a los trabajadores judíos de sus fábricas, pero, se dice, que su motivación inicial para hacer esto fue exclusivamente económica, habida cuenta de los bajos salarios que pagaba a los trabajadores judíos. ¿Era concebible que este hombre pudiera llegar a ser un real artífice de amor construible? Difícil de creerlo, sin embargo, en eso empezó a transformarse en el momento que inició la contratación de trabajadores judíos que sus fábricas no necesitaban. En ese momento su motivación ya no era económica; era humanista, y debe haber surgido del horror que le causaba presenciar de primera mano la crueldad sin nombre con la que sus compatriotas alemanes trataban a los judíos.  Hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, se valió de toda clase de sobornos a los oficiales nazis para evitar que sus trabajadores fuesen enviados a los campos de concentración, gastándose en ello toda su fortuna, y sobre todo, poniendo en riesgo su propia vida. De esa manera salvó la vida a 1300 judíos, episodio que fue recogido en la conocida película “La Lista de Schindler”, de Steven Spielberg. ¿Cómo así su horror devino en construcción de amor? ¿Qué factor intervino en ello? Un desgarrador grito de su consciencia debe haber irrumpido en lo más profundo de su ser al presenciar tanto horror, pero ¿fue eso suficiente para que empezara a actuar de la manera solidaria como empezó a hacerlo? No fue suficiente. Era necesario algo más, que también provino de lo más profundo de su yo. Y ahí aparece eso que es la esencia misma de la naturaleza y la condición humana: la voluntad. Su voluntad de hacer algo en favor de los que sufrían es lo que lo llevó a hacer lo que posteriormente hizo. Por eso es que el amor construible es básicamente volitivo. Y es por eso que se lo puede construir. La vida se le puso difícil a Schindler en el período de posguerra, pero la gratitud de aquellos a los que salvó lo reconfortó hasta su muerte en 1974. 

Otros casos similares al de Schindler también se dieron durante la segunda guerra mundial. Chiune Sugihara y Arístides Souza Méndes,  cónsules del Japón en Lituania, y de Portugal en Burdeos, respectivamente, ayudaron a miles de judíos a escapar del horror nazi, aún a costa de grandes sacrificios personales y de sus familias.  Su motivación: humanismo, amor construible.

Desde luego, casos de amor construible se dan en niveles mucho menos conspicuos que los comentados, y permanecen en el anonimato, por ejemplo, el niño que ofrece unas moneditas a un indigente es un precoz constructor de amor.

El amor construible es pensamiento y voluntad. El otro es sentimiento y espontaneidad. El amor construible es la piedra angular sobre la que se asientan los valores universales; más aún, por ser construible es un valor en sí mismo, un altísimo valor. Es la cúspide de la racionalidad social del ser humano; es el faro que guía para discernir con sabiduría y solidaridad la abigarrada gama de situaciones interpersonales que a diario se nos presentan.

Cuando Jesús dice que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos está elevándose por sobre las estructuras éticas teorizadas por los seres humanos, pues su mandato de amor comprende todo lo bueno que podamos hacer al prójimo más allá de los caminos a seguir. Es que Jesús afronta el tema ético de una manera diferente a como lo hacen los teóricos moralistas. En todo caso, lo que ahora debo resaltar es que la sociedad actual no construye amor con la extensividad que el mandato cristiano exige. 

La esencia del amor construible, es decir, lo que hace posible que  realmente se lo construya, es la voluntad. El uso que cada quien hace de su voluntad, para bien o para mal, es de su exclusiva responsabilidad. Es fácil entender el carácter volitivo del amor construible, más difícil es entender cierto trasfondo amenazante y ominoso relacionado con su déficit de construcción.

En teoría, y a nivel de la humanidad en su conjunto, la construcción de amor puede ser nula, muy escasa, insuficiente o plena. Aventurando una valoración podría decirse que en la actualidad es muy escasa. Pero lo más importante es la dirección en la que se mueve la humanidad en su conjunto en este tema. ¿Enfila la proa hacia la plena construcción de amor, aunque aún no lo haya conseguido, o hacia la nulidad plena (cero construcción de amor)?Aquí es donde ese trasfondo empieza a mostrar su amenazante y ominosa presencia.  ¿Qué es ese trasfondo?

Es una amenazante realidad que cada vez se hace más patente. En efecto, la degradación moral, si bien ha existido desde siempre, en los últimos tiempos ha acelerado el paso, estimulada por la alfombra de bienvenida que, con   enorme cinismo,  ciertos espacios de la sociedad le ponen por delante. La degradación-cinismo es una dupla tóxica que se expande más y más  debido a una mecánica de propagación similar a la que se explica en la siguiente digresión.

Digresión. En junio de 2017 escribí[14] acerca de un experimento que, según se ha dicho, fue realizado en una isla japonesa con una manada de monos. Consistió en proporcionarles camotes con tierra adherida, a fin de dificultarles su consumo.

Uno de los monos encontró la solución al problema: lavarlos en un río próximo. Otros hicieron lo mismo, y luego otros más, hasta alcanzar un punto en el que la tendencia se volvió masiva e irreversible. Cuando se llegó al número de individuos con el que se alcanzó la tendencia irreversible, número al que después se lo conoció como el del “centésimo mono”, el resto de la manada se sumó a la práctica de lavar los camotes.

Rememoro el experimento porque ilustra la trascendencia de la actitud individual, sobre todo de aquella actitud pionera que implícita o explícitamente conlleva una conducta que luego se propaga. Por supuesto, los mecanismos sociales de propagación de las conductas de los seres humanos se diferencian grandemente de las de los monos por sus motivaciones. Si bien la motivación de los monos fue la de  conseguir comida, en los mecanismos de propagación de las conductas humanas,   como son el “efecto demostración”, la imitación y la presión, las motivaciones son muy diversas.

Con el perfeccionamiento, abaratamiento y globalización de las comunicaciones, los mecanismos de propagación de las conductas resultaron fuertemente empoderados. Con ello, a su vez, tomó cuerpo el papel crítico de la actitud individual. “Crítico” en el sentidoque la Física da a la palabra “crisis”, esto es, momento en el cual se produce un cambio brusco en un sistema, similar al momento en que el centésimo mono llevó sus camotes al río, luego de lo cual los demás lo imitaron.

El papel crítico de la actitud individual también es importante porque a partir del punto de irreversibilidad, el comportamiento del todo social ya no es errático, sino predecible. Podríamos imaginar a un conjunto social en el cual una masa crítica, digamos de los dos tercios de su población, llega a comportarse de una determinada manera. La ley de los grandes números nos dirá que aunque la población aumente o disminuya, su comportamiento no cambiará significativamente, será predecible, seguirá siendo de aproximadamente los dos tercios. O como ocurre con los escrutinios de los resultados de una elección democrática, que cuando la masa de votos escrutada alcanza un alto porcentaje respecto al número total de votantes, los resultados al completarse el conteo ya no varían significativamente.

Por otra parte, esa dinámica social que es echada a andar por una actitud individual pionera, tiene potencial para producir grandes cambios, para bien o para mal. Puede desconocerse en qué punto ocurrirán los momentos críticos o momentos de inflexión, pero están ahí, ocultos, forman parte de la realidad.

La historia del centésimo mono contiene los elementos que muestran la importancia de la actitud individual, madre de todas las consecuencias, buenas o malas. ¿Qué elementos? Ahí está el potencial para iniciar y encauzar cambios profundos que alteran la vida del conjunto de individuos. Ahí está la motivación, que es la que mueve a hacer o no hacer algo. Y si seguimos hurgando, encontraremos que ahí están, aunque difíciles de detectar, las causas de la motivación, que pueden ser de la más variada índole y complejidad, hasta volverlas casi inextricables. 

En todo caso, cuando concienzudamente se buscan las causas últimas de las motivaciones siempre se llega a la misma conclusión: que la libertad y la voluntad de la que estamos dotados es lo que a fin de cuentas lo explica todo. No hay escapatoria posible. Siempre que se rastrea el origen último de una conducta colectiva cualquiera, más allá de que sea de racionalidad o de irracionalidad, de amor o de odio, de paz o de violencia, siempre se llega a alguna actitud individual inicial, al primer mono que, gracias a la libertad-voluntad del individuo, puede ser buena o mala; una actitud que levanta vuelo cuando por algún motivo se pluraliza significativamente. Así que mucho cuidado con nuestra conducta individual, mucho cuidado con lo que decimos y lo que dejamos de decir, con lo que hacemos y con lo que no hacemos, alguien puede imitarla, y luego otros más, hasta llegar al centésimo mono y a continuación ser imitada por todos o casi todos. Entonces grande será nuestra responsabilidad: en hora buena si nuestra conducta pionera  fue buena,  y en mala hora si no lo fue.  (Fin de la digresión).

Ahora bien. ¿Hacia dónde apuntan aquellas cuestionables tendencias éticas del mundo actual que ya han sobrepasado el punto crítico del centésimo mono, o que están a punto de hacerlo? ¿Hacia donde apunta la ya común inversión de los valores éticos, por ejemplo? Y más específicamente, ¿hacia dónde apuntan aberraciones tales como el desamor, el culto a la violencia, el materialismo, la corrupción, las megalomanías económicas y políticas, el cinismo, la banalidad y la hipocresía? A nada bueno por cierto. Apuntan hacia el abismo, hacia la disolución, hacia la nada.

¿Qué hace que las motivaciones que moldean la actitud de vida de una persona sean nobles y justas, y no abominables e injustas? Más aún ¿qué criterios aplican las personas para dejarse guiar por unas motivaciones   y no por otras? Misterio profundo. Lo que sí está claro es que la esencia del futuro emana de nosotros mismos, y que, para ello, necesitamos guías superiores, y las más elevadas guías son las de Jesús de Nazaret, el Cristo, las cuales son claramente deontológicas, esto es, que se basan en lo que debe ser, en lo que se debe hacer o no hacer, en la obligación ética. Y ahí es cuando llegamos al meollo del asunto esencia del futuro, que no lo podemos prever en sí mismo, pero sí ser conscientes de sus tendencias.

Las tendencias de futuro sugieren cierta rotundidad para la humanidad. Consecuencias rotundas que no admiten medias tintas: evitamos el abismo al que nos encaminamos o nos hundimos en el caos. Perfección o fracaso, vida o muerte. Seguimos siendo humanos y continuamos nuestra evolución con altibajos tolerables, o nos transformamos en subhumanos bestiales. Es un juego de todo o nada. Eso es el ominoso trasfondo que subyace bajo grave déficit de amor construible.

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[1] Término técnico referente a la oposición que presenta un circuito eléctrico al paso de la corriente.

[2] Levítico 19: 18

[3] Mateo 22: 39

[4] Mateo 22:40

[5] Mateo 7:12

[6] Levítico 19:34

[7] Levítico 19: 18

[8] Juan 13:34

[9] Lucas 10:29-37

[10] Lucas 12:58

[11] Levítico 19:18

[12] DRAE

[13] 1 Corintios 13: 4-8

[14] http://www.carlospalaciosmaldonado.com/

  Artículo: “La actitud individual y el centésimo mono”.

Publicado enFilosofía y religión

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