
La Ética de Spinoza es una teodicea plagada de conceptos incoherentes y contrapuestos. Denomina a su dios de varias maneras, como sustancia, esencia y naturaleza, todas ellas significando lo mismo: que la naturaleza es dios, un dios absolutamente inmanente, que no tiene entendimiento ni voluntad, ni fines, porque todas las cosas ocurren necesariamente, fatalmente.
La visión spinoziana de la realidad, es una suerte de gradación de conceptos: 1. Sustancia, 2. Sustancias o esencias genéricas y 3. Modos, en la que el primer grado es dios, y los otros dos, manifestaciones o partículas del primero. Su visión no aborda el tema relativo al génesis del universo, se limita a decir que la naturaleza es eterna, que siempre existió, sin dar una razón del por qué cree que es así.
En el campo ético el dios de Spinoza resulta ser absolutamente extraño y limitado: un dios sin entendimiento ni voluntad, impertérrito respecto a lo que le sucede a la ética humana; que no es guía respecto al deber ser en sí, ni factor disruptor del orden ético pecaminoso y desordenado del mundo. En el campo de la ética el suyo es, simplemente, un dios del que será lo que será. Es solo potencia, pura potencia, que simplemente hace cosas porque las puede hacer, no porque tenga razón alguna para hacerlo.
Un dios absolutamente inmanente e infinito, como pretende Spinoza, es una contradicción, pues la infinitud no puede encerrarse en la inmanencia. Lo que es inmanente está limitado por la naturaleza. Pero el filósofo se anticipa a esta crítica sosteniendo que la sustancia-dios es todo cuanto existe, que no hay nada más allende de sí, nada sobrenatural.
Si yo aceptase la realidad como algo acotado solo a lo inmanente sentiría que he perdido lo más importante de mi ser: la plenitud que da el pensar libremente en lo infinito, sin límite alguno. Por otra parte, me doy cuenta que se puede centrar la atención en la ciencia o en la filosofía, pero sin descartar un salto de fe cuando éstas agotan su repertorio, y ya no pueden ofrecer otras perspectivas al pensante.
Es evidente la atracción que ejerce Spinoza sobre algunos científicos y cientificistas, pero creo que las ciencias positivas no son lo único válido que tiene el ser humano para acercarse a la verdad.
Parecería que Spinoza empezó su obra con la idea preconcebida de deshacerse del Dios trascendente judeo-cristiano, para reemplazarlo por un dios puramente inmanente, un dios que acepta el bien y el mal con el mismo desenfado. Es posible que la visión spinoziana de un dios-naturaleza haya sido una reacción a las aberraciones religiosas -eclesiales o no- con las que se topó en su corta vida. Es posible que algunas circunstancias religiosas de su siglo o de antes lo hayan decepcionado al punto de hacerle sentir la necesidad de una visión religiosa nueva. La censura y expulsión de la comunidad judía que sufrió pudo haber contribuido a ello. Ahora bien, si Spinoza optó por la inmanencia absoluta movido solo por su rechazo a esas y otras aberraciones religiosas, habría cometido un craso error, una grave equivocación, pues no es razonable juzgar la existencia de Dios por deleznables circunstancias humanas.
Finalmente, la teodicea de Spinoza debe ser juzgada no por ser una filosofía hermosa, como opinan algunos de sus seguidores; no por su oposición al orden eclesial establecido; no porque su filosofía cause alegría o sentimiento de libertad, como también se suele decir. En fin, su teodicea no debe ser juzgada solo por lo que dicen sus seguidores y detractores, sino fundamentalmente, por lo que el propio Spinoza dijo. Simplemente debe juzgarse “desde adentro”, desde adentro de su teodicea, si ésta fue o no una sincera búsqueda de la verdad. Una valoración objetiva de su obra fundamental, “Ética Demostrada Según el Método Geométrico”, entre otras, muestran que lo que principalmente hacen es encubrir el ateísmo de su autor.
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