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Espiritualidad de Jesús. (Resumen de libro inédito)

¿Cuál fue el meollo del mensaje transmitido por Jesús a los hombres? Mucho se ha dicho al respecto, ¿pero cuál es la naturaleza, la esencia misma de su mensaje? Es la espiritualidad. En efecto, su magisterio se basa en la necesidad de transformar el interior del hombre, su yo profundo, lo cual implica poner la dimensión espiritual del humano por sobre la de su materialidad. Así, Jesús escogió la espiritualidad como hilo conductor de su magisterio. Era como si hubiese pensado que eso, la espiritualidad, es lo que realmente cuenta. Es significativo que su sermón del monte lo haya iniciado precisamente con una alusión a la espiritualidad: “Felices son los que están conscientes de su necesidad espiritual”.

Pero la espiritualidad de la que Jesús nos habla no es una espiritualidad cualquiera; es una espiritualidad indisolublemente ligada a Dios, a diferencia de otras espiritualidades, algunas de las cuales prescinden de Dios, o peor aún, niegan su existencia, como es el caso de cierta espiritualidad atea, que propugna la práctica  de los valores morales pero excluyendo absolitamente  la idea de la Divinidad.

En ese contexto Jesús nos presenta cuatro visiones espirituales básicas de la vida. La primera se refiere a la existencia de Dios, con lo cual sale al paso del ateísmo, así como del agnosticismo fuerte que cree que no podemos saber si Dios existe.  Cada referencia suya al Padre conlleva la afirmación implícita de su existencia. Su clamor en la cruz: ¿por qué me has abandonado? es una de ellas..

 Preguntémenos ahora: ¿qué Dios es el que nos presenta Jesús?, ¿el Dios del Antiguo Testamento, muchos de cuyos textos lo muestran como un dios vengativo, cruel y sanguinario? De ninguna manera. Tales textos, que devalúan la idea de Dios, no pueden haber sido inspirados por Dios. Es a otro Dios al que se refería Jesús, a un Dios de amor. La siguiente cita del filósofo Plotino (205-270 D.C.) nos ayuda a entender a qué Dios se refería Jesús. Plotino creía que “Dios es todo lo que existe y nada de lo que existe…que es la unidad absoluta, necesaria, inmutable e infinita; no es el ser ni la inteligencia; es superior a ambos. Es superior a todas las cosas, incluidas la esencia y la vida. Entraña en su fondo todas las esencias y todas las formas específicas, sin ser ninguna de ellas; es superior a toda determinación y forma; es lo Uno” . Plotino estaba en lo cierto, la idea de Dios, la verdadera idea de Dios, nos desborda, nos abruma, sobrepasa nuestro entendimiento. Nada que ver con el dios de Spinoza, limitdo a la naturaleza; nada que ver con el dios sanguinario que mandó a Abraham a que le rinda culto sacrificando a su hijo Isaac, mandato inaceptable, más allá de que finalmente no se haya ejecutado.  

¿Muestra Jesús al Padre como un Dios trascendente y personal? En realidad Jesús no caracteriza directamente a Dios, como sí lo hace, a veces torpemente, el Antiguo Testamento. Pero sí lo caracteriza indirectamente, pues al ser inspirados por Él, sus dichos reflejan la personalidad del Padre; son una especie de retrato hablado de Dios, de un Dios personal, pues solo siendo personal se entiende que en el sermón del monte Jesús, que habla inspirado por el Padre, dé tanta importancia a los valores morales, especialmente al supremo valor del amor, todos los cuales  son valores de personas. Por eso, por ser un Dios personal en sentido amplio, tmbién tiene sentido que seamos su imagen y semejanza; si no fuera un Dios personal sería solo una fuerza impersonal, spinoziana, y nosotros no podríamos ser lo que somos.     

La segunda visión espiritual que nos transmite Jesús es cierto tipo de amor, que podríamos llamarlo construíble, porque aunque no surja espontáneamente en el alma humana, es posible crearlo volitivamente. Al reconocer la importancia decisiva que tiene este tipo de amor ya no hace falta debate alguno sobre lo que es este amor no espontáneo, pues el amor construible abarca todo lo bueno que podamos hacer por nuestros semejantes, de modo que los devaneos axiológicos salen sobrando.

El amor construible es una obligación existencial que fue magistralmente sustanciada en el libro de Levítico: “Tienes queamar a tu prójimo como a ti mismo”,yratificada por Jesús mil años después. ¿Por qué ese “tienes” que amar?Porque se lo puede construir, si no se lo pudiera construir el mandato de amor sería inoficioso por ser incumplible. 

Por ser espontáneo, el amor-sentimiento existe profusamente entre los seres humanos, no así el amor construible, más allá de que éste también pueda tener asomos de espontaneidad y, como implícitamente lo destacó el propio Jesús -sin usar el término “construible”- esta clase de amor tiene un mérito que el amor espontáneo no tiene: “Si ustedes aman solamente a quienes los aman a ustedes, ¿qué hacen de extraordinario? Hasta los pecadores se portan así. Y si hacen bien solamente a quienes les hacen bien a ustedes, ¿qué tiene eso de extraordinario? También los pecadores se portan así”[1] . Los amores espontáneos no implican mérito especial alguno, en cambio el construible sí. En el amor construible hay sabiduría, racionalidad y justicia. ¿Por qué? Porque solo con esa clase de amor podemos tener un mundo realmente mejor, basado en la verdad y la justicia, y sus frutos los recibiríamos por añadidura, sin perjuicio claro está  de las soluciones organizacionales y regulatorias que de todas maneras necesitemos.

Ejemplos de amor construible los hay muchos y muy variados, desde el trabajo abnegado y casi anónimo de cientos o miles de organizaciones de voluntariado social esparcidas por todo el mundo, hasta casos conocidos y famosos como el de Oskar Schindler, empresario alemán que durante el holocausto judío salvó de los campos de concentración nazis a 1300 de ellos.

La visión de vida después de la muerte física, tercera gran visión  que se percibe en el magisterio de Jesús, es de la mayor importancia no tanto por los textos que sobre ella se encuentran en los evangelios, parcos y poco claros, sino por su connotación de trascendencia hacia más allá de la muerte.

Lo que realmente importa de esta visión no es tanto la forma o las posibles formas hacia las que se trasciende después de la muerte, sino la trascendencia misma, pues nos introduce en la noción de que existe algo después de la muerte. Parecería que en ciertos casos los avances tecnológicos de la vida moderna nos están ayudando a percibir la existencia de la trascendencia. Por ejemplo: así como un texto resaltado de Word o Excell no se pierde pese a haber sido borrado antes de ser “pegado” en otra parte, sino que se conserva en la memoria de la computadora, en el “portapapeles”, igualmente el alma, el espíritu, o como quiera llamársele al componente inmaterial del ser humano, que con la muerte deja de estar en la dimensión terrenal de la vida, tampoco se pierde, sino que se conserva de alguna manera, en alguna parte de la memoria cósmica, a la espera de algún ulterior desarrollo previsto por el Creador.

En los evangelios, especialmente en los sinópticos, hay varios textos que hacen referencia, aunque muy escuetamente, a la trascendencia y sobrevivencia del componente espiritual. Ahí están, por ejemplo, el reino de Dios; el secreto de éste, que no es asequible a todos; la alegoría del infierno y su fuego eterno; la vida nueva; la vida eterna; la resurrección de los muertos; la siembra de corrupción y la cosecha de incorrupción; la alusión a cuerpos espirituales; la nueva tierra; la segunda venida de Cristo para juzgar a todos, etc., conceptos todos ellos que de alguna manera conllevan la idea de que hay algo después de la muerte física. Y en eso precisamente radica la importancia de esta visión: en que la terminación de la vida física no es el fin de todo, que hay algo más.

Ahora bien, ¿qué es ese algo más? Esta es una de las temáticas bíblicas más necesitadas de interpretación debido al secretismo y a la parquedad de los evangelios respecto a lo escatológico, es decir, a la vida después de la muerte. Podría decirse que, en general, los textos bíblicos dan pie a interpretar ese algo ora como físico ora como espiritual. Quizás una nueva vida terrenal, la cual también podría verse como un castigo, pues significaría volver al infierno en el que hemos convertido a nuestro mundo, aunque también podría verse como una nueva oportunidad. O quizás una vida exclusivamente espiritual cuyo alcance no nos es dado conocer, al menos por ahora. Pero como quiera que se interprete la trascendencia, como quiera que sea esa realidad escatológica, lo cierto es que según el mensaje de Jesús,  algo se trae entre manos el Creador para nosotros después de abandonar nuestro cuerpo físico, y eso es lo que verdaderamente importa. 

La fe es el cuarto eje de la espiritualidad de Jesús.  Fe en el Padre y fe en Jesús. Y razones para tenerla en Jesús sobran: sabiduría profunda que se vislumbra en sus enseñanzas; defensa de la racionalidad y los valores éticos universales; cumplimiento de sus profecías; ejecución de señales milagrosas a la vista de todos; decisión y valentía sin límites para cumplir con su misión, enfrentándose a leyes injustas y a líderes religiosos tercos y ególatras, y todo eso sabiendo de antemano el sacrificio por el que habría de pasar.  Y a propósito de fe es oportuno señalar que se puede confiar en la ciencia y la filosofía para avanzar en la comprensión de la realidad, pero a menudo se llega un punto en que para seguir avanzando es necesario un salto de fe, pues la ciencia y la filosofía por sí solas no son suficientes.  

En  fin creo que, en conjunto, las cuatro visiones de Jesús constituyen la mejor visión de vida que el ser humano puede tener.


Publicado enCiencia y Tecnología

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