Los Indicios de Dios

Este ensayo continúa el eterno debate respecto a la existencia de Dios. Lo hace desde una perspectiva racionalista, sin menoscabo de la fe. Focaliza su atención en los indicios de naturaleza cosmológica y, con menor profundidad y extensión, en los ontológicos y teleológicos. Indaga sobre todos ellos a la manera como un detective procura encontrar indicios que le lleven a la verdad.

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Lo que busca es la existencia en sí de Dios, independientemente de la forma cómo las religiones se lo representen, cosa nada fácil pues significa partir de una noción muy comprehensiva de Dios, noción que en este trabajo es la de una entidad espiritual trascendente e inmanente al mismo tiempo, al mundo. Buscar su existencia en esta forma implica elevarse sobre las circunstancias propias de las organizaciones religiosas, y no prestar oídos a quienes niegan su existencia basados en los errores de éstas. Negarla por estos motivos no solo es un grave error, sino también una degradación de la idea de Dios.

Varios de los argumentos expuestos en este libro son nuevas maneras de expresar viejas ideas en defensa de la existencia de Dios. En este punto cabe aclarar que lo que se busca es demostrar de una manera lógica -no científica ni empírica- su existencia. Tal vez el resultado más relevante sea el hecho de que al considerarlos en conjunto, esto es, acumulativamente, uno se persuade de su existencia.

Al abordar lo cosmológico, lo primero que se asoma a la conciencia es la imposibilidad de explicar la realidad sobre una base de infinitud, sea ésta una infinitud de tiempo “hacia atrás”, o una de causas y efectos. Ante esa imposibilidad, surge como necesidad la finitud, pero entonces no faltará quien diga que esto revela incoherencia, doble discurso, y hasta falta de honradez intelectual, pues mientras por un lado se sostiene que todo tiene su causa, por otro se dice que debe haber algo al principio del tiempo o de la cadena de causas y efectos, que no la tenga. Pero no hay tal incoherencia. Es que la realidad no puede explicarse bajo un formato de infinitud; es necesaria la existencia de algo inicial, incausado, y eso es ya el primer indicio de la existencia de Dios.

Decir que los patrones cósmicos surgieron por mera evolución y espontaneidad es solo una afirmación gratuita, sin explicación alguna que la sustente. Más aún, en este campo sí podríamos estar ante un doble discurso, pues por un lado se buscan patrones comunicacionales inteligentemente diseñados provenientes del espacio profundo (programas SETI), y por otro se rechaza la posibilidad de que los patrones naturales que se observan en la naturaleza, infinitamente más complejos, puedan ser diseñados, siendo que los unos y los otros son patrones. El innegable diseño inteligente que se observa en los patrones cósmicos es otro indicio de la existencia de un Diseñador.

Por otro lado, la Teoría Cuántica, con sus múltiples historias, su principio de incertidumbre, la ubicuidad de las partículas, e incluso con la posibilidad de que la realidad sea determinada por la mirada del observador, apunta hacia una mayor necesidad de un diseño inteligente, pues nos muestra una realidad mucho más compleja de lo que nos imaginábamos, y es de sentido común suponer que a mayor complejidad, menos posibilidad exista de que las cosas hayan ocurrido por puro azar y espontaneidad.

Hume dice que el principio de causalidad solo puede tener valor respecto a los objetos de los que tenemos impresiones, es decir, respecto al pasado; de los fenómenos que pudieran ocurrir en el futuro no tenemos ninguna impresión, y por lo tanto a ellos no les es aplicable el principio de causalidad. Eso es un empirismo extremo, un error, pues la observación de que todo tiene su causa es una experiencia de vida que se cumple siempre, y por eso hace sentido pensar que los objetos de los que en el futuro tengamos impresiones también tendrán una causa… incluso su Causa primera.

Al revisar posturas filosóficas y teológicas tradicionales se encuentran otros indicios, ontológicos y teleológicos. Dos de las cinco vías tomistas: la cuarta (jerarquía de los valores) y la quinta (finalidad de origen exógeno), suponen la noción de Dios grabada en el alma humana. Calvino la llamó sensus divinitatis, y significa que tenemos, en calidad de instinto natural, conciencia de la divinidad, conocimiento natural, directo y genuino de que Dios existe. Por otra parte, los cinco argumentos de Hume para rebatir el teleológico, no logran desvanecer los indicios, pese al valor probatorio que algunos han creído encontrar en sus argumentos.

En fin, lo consustancial al mundo es que tiene diseño, y lo que está en debate es si ese diseño es natural o sobrenatural. En opinión del autor, los indicios apuntan a que el mundo se explica mejor con lo segundo.

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