EL EXTRAÑO DIOS DE SPINOZA

En su “Ética Demostrada de Acuerdo al Ordenamiento Geométrico”[1] Baruch Spinoza dice que “Ni el entendimiento ni la voluntad pertenecen a la naturaleza de Dios” [2], criterio que lo confirma luego, al decir que dios “…no obra en virtud de la libertad de su voluntad”[3]. Así, el dios[4] de Spinoza no tiene voluntad ni entendimiento, cosa extraña que atribuye a la divinidad.

“Naturaleza naturante” y “naturaleza naturada” son expresiones que Spinoza utiliza para referirse a su dios y a las cosas que existen como manifestaciones de él, los “modos”. Luego, ratificando su idea de que ni el entendimiento ni la voluntad pertenecen a la naturaleza divina, dice que la voluntad se refiere a la naturaleza naturada, es decir a todo cuanto existe, no a la naturaleza  naturante, o sustancia[5]. Es decir, que las cosas que tienen voluntad son solo las manifestaciones de dios, los “modos”, no dios mismo. Diferenciación extraña, según la cual las cosas tangibles e intangibles tienen voluntad y entendimiento, no así dios mismo, y que pese a que dios tiene infinitos atributos, como lo afirma en otras partes de su libro, no tiene los de voluntad ni entendimiento.

Hay quienes dicen que Spinoza no fue panteísta sino panenteísta (inmanentista y trascendentalista al mismo tiempo). Eso  dicen tal vez pensando que, si bien con su concepto de naturaleza naturada podrían calificarlo de panteísta, por el de naturaleza naturante tendrían que considerarlo como panenteísta. Pero el suyo sería solo un pseudo panenteísmo, toda vez que su naturaleza naturante está anclada en la naturaleza misma, no en algo fuera de ella que jus- tifique su supuesto trascendentalismo penenteista. Definitivamente Spinoza no fue panenteísta. Fue panteísta puro y duro.

Pero claro, si dijera que su dios sí tiene entendimiento  y voluntad tendría que abordar temas que lo encaminarían hacia la trascendencia, la cual él no admite: ¿entendimiento y voluntad para hacer qué? ¿Para alcanzar objetivos inmanentes solamente? Si dios tuviera voluntad ¿en qué quedaría su tesis de que las cosas son como son y no de otra manera? ¿En qué quedaría aquello de que el orden de la naturaleza es el único orden lógicamente posible y que no puede existir otro de origen sobrenatural? Todo esto sería incompatible con su inmanentismo absoluto.

Para Spinoza su dios-substancia es pura naturaleza, pura inmanencia, no es algo que trascienda el universo, pero como el entendimiento y la voluntad existen en el universo, se ve obligado a decir que solo las cosas que existen, la naturaleza naturada, los modos, son los que tienen voluntad y entendimiento.

Luego de todo lo dicho emerge la idea central de Spinoza acerca de la realidad y de cómo funciona. Es una idea difícil de resumir en una corta frase, pero indispensable percibirla para entender su visión del mundo. Es una visión que considera al mundo como un ente indivisible, monolítico, sustancia y modos formando una sola entidad, un solo dios. en el que los segundos son manifestaciones del primero.

El de Spinoza es un mundo en el que, en el plano de la substancia-dios no existen causas y efectos; las cosas suceden porque suceden; porque tienen que suceder; el mundo se determina a sí mismo, y siempre en el plano de lo inmanente, de lo natural solamente, nada de trascendencia, nada de influjos extra naturales. El orden que se observa en el mundo es el único orden posible. El mundo existente es el único mundo posible. En la naturaleza, dice Spinoza, “… todo está determinado por la necesidad de la naturaleza divina a existir y a obrar de cierta manera[6]. “Las cosas no han podido ser producidas por Dios de ninguna otra manera y en ningún otro orden que como lo ha sido”[7].

Del dios spinoziano se desprende algo así como una dictadura de la naturaleza: lo que sucede es lo que tiene que suceder, el mundo es como tiene que ser, el orden de la naturaleza es el único orden posible. Lo que existe y lo que sucede existe y sucede por necesidad de la naturaleza de dios.

II

Cuando Spinoza incursiona en el campo de la ética, ese determinismo natural, esa dictadura de la naturaleza, se repite: el orden ético que existe es el único orden ético que puede existir. Por eso no aborda el deber ser ético, simplemente adecúa la ética a lo que es, a lo que existe, en actitud puramente contemplativa. No aborda esa otra gran realidad humana que es la necesidad existencial del “lo que debe ser”. Cree que consideramos como bueno simplemente todo cuanto conduzca a la alegría, y malo lo que conduzca a la tristeza[8] Cree que no deseamos algo porque lo consideremos bueno sino al revés, que consideramos que algo es bueno simplemente porque se lo desea: “… queda claro que nosotros …no queremos…ni deseamos algo porque lo juzguemos bueno…sino porque… lo intentamos, queremos, aceptamos y deseamos[9]. En ese orden de ideas cree que consideramos  que algo es malo cuando impide que poseamos algo.

Ahora bien, si lo anterior lo unimos a esa especie de dictadura de la naturaleza que mencioné en líneas anteriores, tenemos un gran problema: si el orden de la naturaleza es el único orden posible, y si lo que sucede tiene lugar por necesidad de la naturaleza de dios, entonces fatalmente la inclinación natural de los seres humanos, o de buena parte de ellos, tendría que ser la de dejar de lado el deber ser, y más bien centrarse en lo que es: predisposición a justificar todo lo que sucede, pues al fin y al cabo procede de los modos, es decir de dios, de la misma manera como en la actualidad hay quienes creen que todas las catástrofes, todas las penurias humanas, proceden de Dios. Y por supuesto, esa predisposición a justificarlo todo abarcaría incluso lo éticamente injustificable.    

Así, en el campo ético el dios de Spinoza resulta ser absolutamente extraño: un dios sin entendimiento ni voluntad, impávido respecto a lo que le sucede a la ética humana, un dios que no es guía respecto al deber ser. Nada de no matarás, de no harás a otros lo que no quieres que te hagan a ti,  nada de amarás a tu prójimo como a ti mismo, etc. Nada de eso, el dios de Spinoza no es factor disruptor del orden pecaminoso  y desordenado del  mundo. El suyo es, simplemente, un dios del será lo que será.

Obviamente Spinoza no aceptaba la existencia de una fuerza disruptora de origen trascendente-sobrenatural, solo habría aceptado, presumo, una fuerza disruptora proveniente de la propia naturaleza, de la propia sustancia spinoziana, de los propios modos. Obvio, al no ser un dios trascendente, el dios de Spinoza no puede ser un dios guía, simplemente un dios amañado a lo que es, a lo que existe. He ahí el talón de Aquiles del dios spinoziano.

III

Parecería que Spinoza empezó su obra con la idea preconcebida  de deshacerse del Dios trascendente judeo-cristiano, para reemplazarlo por un dios puramente inmanente.

Tal vez por eso los valores éticos derivados del deber ser no aparecen en su radar, sino que, por el contrario, sienta las bases filosóficas para la tolerancia a todo, incluso a todo lo aborrecible, a todo lo injustificable, e incluso al descaro con que se practica el mal. Esto se deduce de su errada visión de que el mundo es como es y no puede ser de otra manera, mundo al que considera dios, distorsionando así la tradicional idea de Dios. Su filosofía desalienta la búsqueda del deber ser, y por el contrario tiende a aupar la degradación moral.

Pero ¿Pero por qué la idea de un dios absolutamente inmanente ha de ser más plausible que la de un Dios trascendente? ¿Por qué la idea de un dios que no se interesa en el deber ser ético debería de ser más creíble  que un Dios que sí se interesa? Son cosas que Spinoza no aclara.

Por todo lo dicho en este artículo entiendo, aunque no justifico, las graves maldiciones de las que Spinoza fue objeto en vida.

—— o ——

 

 

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[1] Compuesto de 5 partes cuyos títulos, simplificados, son:

I   Dios

II  El alma

III Los afectos

IV Servidumbre humana

  1. Entendimiento y libertad

 

[2] Parte I Proposición XVII

 

[3] Parte I Proposición XXXII

[4] En este artículo la palabra “dios” la escribo con minúscula para referirme al dios de Spinoza, excepto cuando por razones ortográficas o por tratarse de citas textuales tenga que usar mayúsculas a pesar de referirme al mencionado dios.

[5] Parte I  Proposición XXXI

[6] Parte I, Proposición XXXII

[7] Parte I, Proposición XXXIII

[8] Parte IV, Porposición VIII, pág 207

[9] Parte III, Proposición IX

COMUNICACIÓN CON EL MÁS ALLÁ

COMUNICACIÓN CON EL MÁS ALLÁ

Hay quienes piensan que si existiera vida después de la muerte los difuntos se comunicarían con los vivos, y que como eso no sucede la vida después de la muerte no existe.

Esa es una forma simplista o “light” de razonar, inspirada en la idea inmanentista de que lo que no pueda ser percibido por nuestros sentidos -por el de la audición en este caso- no existe.

Pero el que algo no exista para nosotros no significa necesariamente que no existe. Bien podría ser que nuestra vida terrenal sea solo parte de una vida más extensa, vida total la podríamos llamar, en la que la comunicación entre los vivos y los espíritus de los muertos no esté permitida; en la que el mundo de los muertos y el de los vivos sean algo así como compartimentos estancos.

En consecuencia, la idea de que no existe nada después de la  muerte, y que con la muerte se acaba todo, es poco o nada confiable. El que no exista nada después de la muerte, y más aún, el que los seres humanos estén destinados a desaparecer de la faz de la Tierra, como algunos tecnófilos creen, sería un desperdicio de las experiencias individuales de miles de millones de seres humanos, un desperdicio enorme.

 

AGNÓSTICOS Y ATEOS

Hay dos clases de agnósticos: los que simple y llanamente no creen en Dios, así, sin más predicamento, y los que no creen en Dios y además piensan que el ser humano no tiene posibilidad alguna de llegar a saber si Dios existe o no existe. En cambio, el ateo no solo que no cree en Dios sino que niega de plano su existencia.

Ejemplos de agnósticos famosos son Charles Darwin (quien originalmente fue creyente), y Carl Sagan (astrónomo, astrofísico y divulgador científico). Ejemplos de ateos famosos son Bertrand Russell, filósofo inglés, y el también filósofo inglés Antony Flew quien durante 50 años fue el ateo más destacado del mundo pero hacia el final de su vida se volvió creyente.

Así pues, no han faltado personajes conspicuos tanto en el agnosticismo como en el ateísmo. Pero lo que ahora quiero destacar es que, siendo que la ciencia no puede probar la existencia de Dios como tampoco su inexistencia, agnósticos y ateos tengan posiciones tan diferentes, más allá de que tengan algo en común: no creer en la existencia de Dios, y más allá también de que tengan pleno derecho a tener sus particulares posiciones.

¿Qué implica la diferencia entre agnósticos y ateos? Una muy importante: los agnósticos muestran un nivel de honradez intelectual superior al de los ateos, independientemente de que unos esté o no de acuerdo con su agnosticismo.

MENTE INFINITA

No es razonable creer que el origen de la naturaleza sea la pura casualidad, el puro azar, y que es la mera evolución la que, con el transcurso del tiempo, ha creado todas las cosas. A esa conclusión -y sin negar que existen procesos evolutivos- se llega al observar la naturaleza y sus increíbles complejidades y equilibrios que no pueden ser producto del azar. Una conocida alegoría dice que creer que todo es producto de la casualidad, es como creer que un huracán pasando muchas veces sobre un desguazadero es capaz de armar un Jumbo jet 747.

Tampoco es razonable creer que no hay diseño inteligente en la naturaleza. No es razonable, por ejemplo, suponer que no hay diseño  en el ADN, llave maestra de la vida y “portentosa proeza de ingeniería” como lo califican en medios científicos. Me atrevo a pensar que en el fondo de lo que se trata no es de si existe o no diseño, sino su origen, pues el diseño inteligente de la naturaleza está ahí, a la vista de todos. Justificar su existencia en base a la espontaneidad, a la casualidad y al azar es contentarse con una explicación del tipo “así pasa cuando sucede”, a lo Perogrullo.

Pero entonces, ¿cómo así surgió el diseño inteligente? Solo puede haber surgido de algo que sea consciente y volitivo, pues solo lo que es consciente y volitivo es capaz de diseñar. Cuando reflexiono sobre lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño comprendo que solo una Mente Infinita, así con mayúsculas, puede ser el origen de todo eso. Cabe aquí  recordar a Antony Flew, quien durante 50 años fue el filósofo ateo más famoso del mundo, hasta el 2004 en que anunció: “Ahora creo que el universo fue traído a la existencia por una Inteligencia infinita…”, conforme lo explica en su libro “Dios Existe”.

ENTENDER EL MUNDO

 

El ser humano entiende el mundo a su manera, y elige su conducta igualmente a su manera. Para ello cuenta con su consciencia y su libre albedrío, pero por sí solos la consciencia y el libre albedrío no garantizan que sus decisiones sean las mejores, ni que su accionar se encamine por senderos de verdad y de justicia. Necesita una guía superior a él, y si bien ciertas  guías humanas ayudan, no son suficientes ni perfectas, pues ellas también son producto de maneras humanas de entender el mundo.

Las enseñanzas de Jesús son las que mejor cumplen el cometido de guiar hacia la verdad y la justicia, y se resumen en estas cuatro grandes verdades:

  • La existencia de Dios. Cada invocación al Padre hecha por Jesús conlleva el reconocimiento de su existencia.
  • El amor universal (amor a Dios y amor al prójimo). En su enseñanza sobre amor al prójimo lo más destacable es el amor construible (agape), vale decir aquel amor que no es espontáneo sino producto de la voluntad. En el amor construible hay empatía, sabiduría, racionalidad y justicia, y solo con esa clase de amor es posible llegar a tener un mundo significativamente
  • La vida después de la muerte. Lo más importante de esto es la trascendencia. No tanto las formas hacia las que se trasciende después de la muerte, sino la existencia misma de tal trascendencia.
  • La fe, que es un don que permite tener directamente una percepción clara de Dios, y que también permite percibir al Mesías como su emisario, su más grande emisario.

Asimilar con perspicacia las enseñanzas del Maestro permite columbrar por qué esas enseñanzas constituyen la guía idónea para entender  el mundo, la verdad y la vida; para entender por qué constituyen el faro que mejor ilumina el devenir de  nuestras vidas.

 

 

LA CONDUCTA INDIVIDUAL

LA CONDUCTA INDIVIDUAL

 

Una de las notas más relevantes del mensaje de Jesús en lo que a convivencia social y relaciones interpersonales se refiere,  o tal vez la más relevante, es sin duda la importancia que, de manera explícita o implícita, dio a la conducta individual. Este punto aparece omnipresente a lo largo y ancho de su mensaje, y siempre con una connotación extremadamente abarcadora y profunda.

Es que Jesús sabía mejor que nadie que las conductas individuales son los ladrillos con los que la dinámica social construye y moldea el conjunto social, orientándolo hacia el bien o hacia el mal, según las corrientes idiosincráticas prevalecientes. Y lo más importante es que sabía muy bien que la corriente prevaleciente de su tiempo era, y seguiría siendo, una orientada hacia el deterioro de los valores morales, una cuyos leit motiv son el egoísmo y la intolerancia.

LO ESENCIAL DE SPINOZA

LO ESENCIAL DE ESPINOZA

La filosofía de Spinoza concibe la realidad, es decir, todo cuanto existe, como algo monolítico, único, indivisible, aunque las formas en que se manifiesta (los “modos”) sugieran otra cosa. A ese algo lo denomina “sustancia”, cuya unicidad es absoluta, y comprende absolutamente todo cuanto existe, no solo lo material sino también lo inmaterial como los pensamientos, la voluntad y las leyes de la naturaleza. La sustancia de Spinoza es pues absolutamente monista, y comprende la totalidad de las cosas pero siempre de manera monolítica.

La sustancia es el dios de Spinoza, un dios eterno y no causado (o causado por sí mismo), pura naturaleza, nada de sobrenaturalidad. Su sustancia, a más de extensa (es decir material), también es pensante (es decir no material). Todo esto es producto del su monismo que no admite la posibilidad de que haya algo allende la sustancia que pueda ser pensante, peor omnisciente.

Las complicaciones que tiene su filosofía tienen su origen en su monismo. En efecto, con su monismo absoluto  la causalidad carece de sentido, no existen causas y efectos porque según Spinoza nada depende de nada, y todo es parte de todo. Monismo absoluto. Aunque claro, nuestra experiencia de vida nos muestra algo diferente: una realidad pletórica de relaciones causa-efecto. Desde luego, su monismo excluye todo dualismo, siendo que dualismos se observan por todos lados, tanto en lo material como en lo inmaterial de la realidad: positivo-negativo, atracción-repulsión, centrífugo-centrípeto, mente-cuerpo, verdadero-falso, bueno-malo, etc.

¿Por qué Spinoza propone un dios tan extraño y heterodoxo que viene a patear el tablero de la Filosofía? ¿Por qué su visión de un dios-sustancia ha de ser más plausible que la del Dios (aquí sí con mayúscula) sobrenatural y trascendente de las religiones monoteístas? Son cuestiones que no aclara.  Presumo que probablemente todo eso se deba a una profunda inconformidad que le causan las aberraciones de las organizaciones religiosas. De ser así, su reacción sería entendible pero no aceptable. Es que no es razonable abordar tema tan profundo como es el de la existencia de Dios con base en circunstancias mundanas, imperfectas y cambiantes, como son las de las organizaciones religiosas.

ECLECTICISMO

ECLECTICISMO.

Los problemas que se suscitan en nuestras vivencias diarias suelen ser susceptibles de varias soluciones, no necesariamente de una sola. Es algo así como una variedad solucional, que a menudo se la visualiza  como resultado del diálogo. A su vez el diálogo, si es sincero y generoso, puede conducir al eclecticismo en su acepción común y corriente, es decir, a soluciones intermedias que recogen lo mejor de posturas aparentemente antagónicas. Es que no cabe entender el mundo en blanco y negro, sin matices, como lo hacen los simplistas y los fanáticos.

 

Las soluciones genuinamente eclécticas se apartan tanto del maniqueísmo como del sincretismo, es decir, tanto de aquellas posturas que entienden la realidad como una permanente confrontación entre opuestos, como de aquellas otras, artificiosas, que pretenden conciliar lo irreconciliable. Sin embargo, respecto a esto último hay que advertir que nada bueno resulta de soluciones que, a pretexto de eclecticismo, lo que realmente buscan es solapar la concupiscencia y la degradación moral.

 

Ahora bien, un eclecticismo lúcido y sincero es bueno, pero cabe preguntarnos si existe algún principio, alguna idea-fuerza, que pueda servir de guía general al eclecticismo para evitarle caer en el error. Claro que existe, pero enmarcado en un amplio contexto espiritual. Se trata del amor universal, eje central en el magisterio de Jesús, que nos blinda contra el riesgo de incurrir en el error. Es el amor universal lo que ayuda a construir consensos basados en la verdad y la justicia.

 

Ahora que tantos problemas abruman a la especie humana es vital que nos percatemos de algo que es de crucial importancia: que las soluciones a esos problemas, a todos ellos, materiales y espirituales, pasan por la criba del amor universal, y que sin ella las soluciones, sobre todo las meramente organizacionales, son solo ilusiones, embelecos,  sueños, sueños de perro.   

 

LA LÁMPARA DEL CUERPO

 

 

 

 

LA LÁMPARA DEL CUERPO

Mateo 6: 22-23  y Lucas 11:33 son versículos enigmáticos, en los que se dice que los ojos son la lámpara del cuerpo, y que hay buenos y malos ojos. ¿Cómo interpretar estos textos? ¿Qué debería entenderse por ojos buenos y ojos malos? En ese contexto “ojos” es una metáfora de algo que no es físico sino metafísico: la consciencia, es decir, el pensar y el sentir sicológico, que juntos nos permiten percibir la realidad que nos rodea, e incluso nuestra propia realidad interior. ¿Y qué debería entenderse por “cuerpo”? Por supuesto no el cuerpo físico solamente, sino esa compleja dualidad material-espiritual que es el ser humano.

En estos versículos se dice que habrá luz en el cuerpo si los ojos son buenos, y oscuridad si son malos. Y aquí, otra vez, las metáforas.  La “luz” es en realidad la verdad, y la oscuridad la falsedad. Verdad que se percibe con perspicacia, con intuición o por revelación. Falsedad que se produce  por ignorancia o por pecado, y que incluso puede ser inducida por el Maligno.

Ahora bien, si la luz es la verdad, quiere decir que lo bueno, esto es, la virtud, los valores morales, los “ojos buenos”, es lo que nos ayuda a percibir la verdad, y por ende a crecer en sabiduría. Así, empieza a manifestársenos una sorprendente relación entre bondad y verdad, entre bondad y sabiduría. Empieza a revelársenos que los valores morales y la sabiduría no son compartimentos estancos, están conectados. En eso reside lo enigmático de esos versículos, en que lo bueno, la pureza de corazón, no solo que hacen posible que tengamos una relación interpersonal armoniosa y solidaria, sino que también seamos más sabios.

En fin, la pureza de corazón y la sabiduría van de la mano. No están aislados uno del otro. Por eso es que un sabio de mal corazón no es tan sabio como parece, y un ignorante de buen corazón no es tan ignorante como parece. Los versículos que he citado son realmente sorprendentes.